La Narradora

Relatos y artículos por Yolanda Sala


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LA CAZA DEL CÓNDOR

LA CAZA DEL CÓNDOR

En el Yawar Fiesta el cóndor, atado al lomo del toro y abierto de alas como un gran señor, le picoteaba las carnes ensangrentadas. El mundo al revés se corregía en el encuentro del toro español y el cóndor andino.

—¿Y cómo fue que usted dio caza a este cóndor para el Yawar fiesta, compadre Remigio? —preguntó Julián, que sería el mayordomo de esa fiesta el año siguiente y quería quedar bien.

Don Remigio, enjuto y arrugado, pero ágil de mente y movimientos, alzó la mirada como buscando recuerdos en las nubes.

Le simpatizaba Julián que lo había hecho padrino de su primer hijo y trabajaba a conciencia en su chacra. Tenía buenas ideas, era generoso, cuidaba bien a sus animalitos y no zafaba cuerpo cuando había que pasar cargos y cumplir tareas en la comunidad.

—Es todo un arte compadre. Te lo voy a contar: En primer lugar lo que hay que hacer es ir buscando con paciencia un burro o un caballo viejo, mejor si está enfermo. Para eso hay que estar bien atento, hay que oír las conversaciones a la salida de la misa, en el mercado, en la plaza, y sobre todo, en la cantina. Lo importante es que todavía el animal pueda andar, y ¡no poco! Tiene que trepar una gran montaña, recuérdalo bien.

En segundo lugar hay que hacerse de un pisco bueno, fuerte, pero ha de ser pisco. Nada de ron, ni cañazo ¡nones! Pisco ha de ser. El cóndor es un dios y es un dios peruano. Así que pisco ha de ser.

En tercer lugar necesitamos una manta o un poncho de bayeta. Ha de ser muy gruesa, dura la lana, tupida, bien tupida. No me mires así compadre, que no es para abrigar al cóndor; es para protegernos el brazo. Si el pico del cóndor llega a atravesar la bayeta el veneno te agarra de todas maneras. Y es una agonía lenta, eterna. Lo he visto con estos ojitos.

—¿Un dios venenoso? —se extrañó Julián.

—Es un ave rapaz que come carroña nomás, compadre. No es un ave cazadora. Se alimenta de carne podrida. Su pico está envenenado. ¿A ver, qué más? ¡Pucha, ya me olvidé! …A mis años la memoria ya comienza a coquetear con el olvido, así que trata de no interrumpirme mucho. A ver… ¿de qué estaba yo hablando cuando me distraje? ¡Ah, sí! De lo que hay que llevar al cerro para cazar al cóndor: se precisa harto pienso, comida, coquita y agua para varios días. Nada de trago para nosotros, porque hay que estar bien sobrios, esto es algo muy serio.

Y bueno pues, se reza y subimos al Apu, el nevado más grande y majestuoso que tenemos. Bien alto hay que subir, no es un cerro cualquiera, pero no hay mucho apuro, así que se puede hacer a paso tranquilo. Al llegar arriba se le da harto pienso al burro enfermo.

—¿Pero cómo, no que estaba muy enfermo?

—Por eso mismo, para que reviente y se pudra rápido. El olor que despide es tan fuerte que el zorro, socio del cóndor, lo huele al toque y le avisa al ave. El cóndor es desconfiado, espera que el zorro le hinque el diente al burro para estar seguro de que está bien muerto y se lo deje despanzurrado, listo para el banquete.

—¿Y entonces?

—Lo dejamos al cóndor que coma, que trague hasta que se harte. Silenciosos hemos de estar, sin movernos.

—¿Y la cacería toma mucho tiempo en total?

—En total son varios días. Pero paciencia nomás hay que tener.

Cuando el cóndor se aleja del burro, ahí es donde entramos todos a tallar. Lo rodeamos y gritamos, agitamos los brazos y hacemos mucha bulla.El cóndor es muy zamarro. Tratará de meterse la pata en el pico.

—¿Y eso para qué compadre?

—Para vomitar pues, ¿no ves que está tan lleno y pesado que no puede alzar vuelo? Si vomita se aligera y lo perdemos; tanto trabajo habrá sido por las puras. Así que hay que rodearlo rapidito y cubrirlo con un poncho grueso.

—¿El de bayeta?

——No, con ese llevas envuelto tu brazo derecho. Usas otro, pero también ha de ser grueso y tupido. ¡Protege bien tu brazo Julián! Entonces le hablas. Bonito le hablas. ¡Es un dios! Y cuando abra el pico yo lo sujeto cuidando mi brazo mientras que tú, como mayordomo, le metes el pisco en el pico. Has de hacerlo con cuidado, con valor y con respeto.

—¡Ah carajo, compadre! Eso yo no lo sabía. ¡Ni idea tenía de que yo debo emborrachar al cóndor! ¡Si no, no hubiera aceptado ser mayordomo!

—Pero ya aceptaste compadre. Caballero nomás…

Después ya todo lo demás es fácil, de bajada nomás es. El cóndor va tranquilo, bien comido y bien borracho. Hace su siesta como un cristiano.

El resto lo hacen otros. Lo atan con tiras de seda, lo ponen en el trono para que reciba los honores, para que la gente lo adore, le cante. Otros son los encargados de amarrarlo en el lomo del toro … Ahí tú disfrutas con todos los demás y como mayordomo atiendes bien a tus invitados.

Cuando termina el Yawar Fiesta hay que llevar al cóndor de vuelta al cerro. También tienes que estar en la despedida.

Se le lleva al mismo sitio donde lo capturamos. Ahí se le da las gracias y se le deja ir.

—¡Vaya tarea don Remigio!

—Sí pues, no es tan fácil. Pero solo a ti te diré un secreto compadre: ¡Ya van tres fiestas que atrapamos al mismo cóndor!

—¿Y cómo sabe que es el mismo?

—Por los restos de seda en sus patas

—¡Ah caray! ¡Entonces no es un dios tan zamarro que digamos!

—Claro que sí lo es, compadre. Lo que pasa es que le gusta el pisco.

Agosto 2014 Yolanda Sala Báez


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MÁS SOBRE NINAVILCA Y NUESTRO PASADO

En el blog de Juan Luis Orrego se anuncia un importante coloquio hacia el bicentenario de la independencia del Perú. Ahí pueden leer mi comentario que transcribo en esta nota:

VI COLOQUIO ‘HACIA EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ’

 

Yolanda Sala Báez escribió:
Quisiera saber si en el Coloquio se va a tratar el importantísimo papel que desempeñaron las Montoneras que surgieron patriótica y casi espontáneamente en la Sierra del Perú.Me preocupa que los textos de historia, en su gran mayoría, hagan hincapié en la deuda que tenemos los peruanos con las expediciones libertadoras del sur (San Martín) y del norte (Simón Bolívar) que fueron remuneradas con préstamos que el Perú contrajo con Inglaterra o que fueron financiadas por el gobierno de Chile.

Hubo cerca de 20 mil británicos en nuestra independencia porque el objetivo de Inglaterra era apropiarse de nuestros territorios, abundantes en recursos naturales, en cuanto España los dejara ir. Prueba de su éxito, es que al independizarnos de España todas nuestras riquezas quedaron en manos de los británicos.

Los generales de San Martín fueron premiados con haciendas y fincas y todos los soldados extranjeros recibieron sueldos que eran el doble de lo que ganaban en el ejército británico. La mayoría de los extranjeros eran mercenarios y fueron compensados por su trabajo y recompensados  con dinero o con propiedades, por sus hazañas.

No fue así con los montoneros peruanos, indígenas casi todos, que fueron carne de cañón, lo único que recibieron del país, por su contribución a la independencia, fueron sus muertos para enterrarlos, ni siquiera les dieron las gracias, no figuran en ningún texto de historia ni en ningún monumento o memorial y sin embargo fueron ellos, miles de ellos, PERUANOS, que con sus mujeres padecieron hambre, frío, torturas y vieron sus pueblos arrasados por los españoles que San Martín ordenó que fueran respetados por los montoneros, al salir derrotados por el tenaz y exitoso cerco que formaron en Lima miles de indígenas.

Esos verdaderos héroes peruanos, cambiaron el resultado de las batallas poniéndolas a favor del Perú cuando las expediciones del norte y del sur ya se habían rendido.

Los únicos peruanos que figuran en el panteón de los próceres, en los billetes, calles, avenidas y monumentos son en su mayoría los vende-patrias que negociaban la entrega de nuestros territorios y ofrecían convertirnos en protectorado inglés o norteamericano o devolvernos al seno de España, o los que se enriquecieron ilícitamente en sus cargos públicos.

¿Cómo se puede luchar contra la corrupción si la historia que enseñan en las escuelas nos dice que a los peruanos nos tuvieron “que regalar” la independencia, porque éramos tan cobardes que no luchamos por ella? ¿Si nos inyectan en la mente el modelo del gobernante que puede robar, siempre y cuando haga una que otra obra?, ¿si la impunidad campea oronda a todo lo largo de la historia del Perú?

Ya es hora de que los historiadores escriban la verdadera historia del Perú y no esos cuentos que nos ponen por modelo a los políticos deshonestos, a los que agasajaban y le pagaban su sueldo a los soldados españoles, mientras que les negaban un pan y un vaso de agua a los montoneros que eran quienes defendían a la patria.

¿Cómo es posible que se rinda pleitesía a los caudillos corruptos y que los “vecinos notables” (que les pagaban el sueldo a los soldados realistas) firmaran el acta de la Independencia, mientras que héroes como los montoneros que obligaron a los españoles a rendirse, no fueron ni siquiera invitados a esa ceremonia?

Quispe Ninavilca, líder huarochirano, BRINDÓ TODA SU FORTUNA EN PRO DE LA CAUSA DE LA INDEPENDENCIA, Y COMBATIÓ SIN DAR RESPIRO AL ENEMIGO ESPAÑOL. Por su patriotismo y entrega a favor de la emancipación, se hizo acreedor a una medalla de oro, que le concedió el Libertador San Martín, el 1 de octubre de 1821. Asimismo, por sus méritos y servicios a favor de la libertad del Perú, el generalísimo le confirió el grado de capitán, el 13 de febrero de 1822 y el 1 de julio del mismo año, el grado de sargento mayor.

El patriotismo y valor fueron las principales características de este prócer, quien muchas veces fue calumniado y combatido por jefes extranjeros. Ninavilca, siempre luchó por los intereses de sus coterráneos y nunca estuvo de acuerdo en mantener mandos foráneos en los destinos de la naciente república, por ello fue atacado.

El líder huarochirano MURIÓ EN LA MÁS ÍNFIMA POBREZA EN EL EXTRANJERO Y YACE EN ALGUNA FOSA COMÚN EN EL CEMENTERIO DE GUAYAQUIL. Lamentablemente, sus restos no han sido hallados porque QUIEREN MANTENERLO ETERNAMENTE ANÓNIMO Y DESCONOCIDO.

20/06/16 15:07:53

La importancia de este Coloquio Hacia el Bicentenario de la Independencia del Perú consiste, en mi opinión, en que : «La edición del coloquio de este año contará con la participación de los académicos Manuel Chust Calero (Universidad Jaime I de España), Alfredo Moreno Cebrián (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), Ascensión Martínez Riaza (Universidad Complutense) y Carmen McEvoy (University of the South, Sewanee, Estados Unidos), y presentará dos tipos de actividades. En primer lugar, habrá un taller, previa inscripción, con profesores de colegios y alumnos de Historia, que estará a cargo de los invitados extranjeros. COMO RESULTADO DE ESTOS TALLERES DE TRABAJO GRUPAL, SE EDITARÁN LOS CUADERNOS DEL BICENTENARIO, UN MATERIAL DE ENSEÑANZA PARA LOS COLEGIOS A NIVEL NACIONAL. Luego habrá dos sesiones plenarias, abiertas al público: la conferencia magistral del profesor Manuel Chust y la presentación del libro La Independencia inconcebible: el trienio liberal español y la pérdida del Perú (1820-1823) a cargo de los invitados.

Aplaudo la iniciativa de que se actualicen los textos de historia del Perú en general y sobre todo los textos escolares, porque son parte de los elementos que forman o deforman la idiosincracia nacional.

Sería muy conveniente que el Estado Peruano haga un esfuerzo por incluir los textos difundidos por Charles Mann en su obra 1491, publicada en 2005, donde describe los últimos descubrimientos científicos sobre la realidad en el continente americano antes de la llegada de los europeos.

Así, por fin, sabremos el auténtico valor de nuestra cultura y de nuestros ancestros.

 

 


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LA CRUZ DE MALTA

LA CRUZ DE MALTA

Era de noche, yo estaba en una reunión con gente circunspecta y formal. De esas que emiten murmullos educados y te miran feo cuando ríes espontáneamente.

Se esperaba la llegada de un distinguido visitante y todos contemplábamos hechizados un enorme gong de cobre con finos grabados que, en una esquina cerca del comedor,  colgaba de unos flecos trenzados de cuero, lana, pelos e hilos metálicos.

Era una residencia elegante, decorada con muebles inspirados en culturas asiáticas y enormes pinturas que combinaban con los tapices de los muebles y con las alfombras.

Un mayordomo de porte tan marcial que más parecía un embajador, se acercó al gong y provocó un respetuoso silencio. Entonces nuestros oídos, preparados para escuchar cómo retumbaba el gran disco oriental, sufrieron una desilusión. Lo que escuchamos fue otro tipo de sonido: como si un palomilla frotara un palito contra una reja, pero el ruido iba acoplado de un leve ulular que me imprimió en la mente la absurda imagen de una ambulancia, cuya sirena alguien estuviera intentando amortiguar con una almohada.

Los elegantes invitados no podían ocultar su decepción. Ni sonaba el gong ni llegaba el ansiado personaje objeto de este agasajo. Alguien sugirió que yo fuera a averiguar qué estaba ocurriendo y obedecí. Después de todo yo estaba ahí para ser intérprete del Gran Maestre de la Cruz de Malta.

Esa institución, cargada de misterios, evoca instantáneamente la oscura época de las Cruzadas cuando, con el pretexto de rescatar los lugares sagrados para los cristianos, unos cuantos nobles sin fortuna y sin siervos se lanzaron a saquear los países por donde circulaban la seda, las codiciadas especias y los esclavos. Según los relatos de occidente, sanguinarios sarracenos frenaron a las legiones de Cruzados, enaltecidos mercenarios que no eran más que delincuentes, carne de cepo y calabozo, candidatos a galeotes que, por los caprichosos avatares de la historia llegan a nuestros tiempos como guerreros heroicos y canonizables.

Los caballeros de la Cruz de Malta, que dominaron el Mediterráneo, se las arreglaron para mantener hasta hoy, siglo XXI, el privilegio de no pagarle impuestos a nadie y pasan por sus manos todas las donaciones destinadas a aplacar el hambre en Biafra o a socorrer a las víctimas de terremotos y huracanes. Ningún vista de Aduanas, en todo el planeta, se atrevería a examinar un bulto dirigido a la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de Malta.

De manera que cuando acudí a la puerta para saludar a tan magno visitante, o al menos para descubrir el origen del inexplicable ruido, me vi rodeada de un séquito de enjoyados curiosos.

Al abrir la puerta de calle me encontré con el causante de la rascadera ruidosa: me di con la mirada triste y dulce de un perro chimu. Tenía unos ojos enormes, una cara de ratón viejo desprotegido y, mirándolo bien, se le veía cojo y muy fatigado… Sentí entonces que me decía: “por fin me escuchaste, soy tuyo”.

El mayordomo trató de impedirme el ingreso del perro y en esas andábamos cuando llegó la comitiva del Gran Maestre de la Orden Militar de Malta.

El Gran Maestre se inclinó, acarició las orejas del desnudo perro y agradeció el delicado presente que le hacía este

generoso país.   Yolanda Sala Báez                                              28 de mayo 2015


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LA CAZA DEL CÓNDOR

LA CAZA DEL CÓNDOR

En el Yawar Fiesta el cóndor, atado al lomo del toro y abierto de alas como un gran señor, le picoteaba las carnes ensangrentadas. El mundo al revés se corregía en el encuentro del toro español y el cóndor andino.

—¿Y cómo fue que usted dio caza a este cóndor para el Yawar fiesta, compadre Remigio? —preguntó Julián, que sería el mayordomo de esa fiesta el año siguiente y quería quedar bien.

Don Remigio, enjuto y arrugado, pero ágil de mente y movimientos, alzó la mirada como buscando recuerdos en las nubes.

Le simpatizaba Julián que lo había hecho padrino de su primer hijo y trabajaba a conciencia en su chacra. Tenía buenas ideas, era generoso, cuidaba bien a sus animalitos y no zafaba cuerpo cuando había que pasar cargos y cumplir tareas en la comunidad.

 

—Es todo un arte compadre. Te lo voy a contar: En primer lugar lo que hay que hacer es ir buscando con paciencia un burro o un caballo viejo, mejor si está enfermo. Para eso hay que estar bien atento, hay que oír las conversaciones a la salida de la misa, en el mercado, en la plaza, y sobre todo, en la cantina. Lo importante es que todavía el animal pueda andar, y ¡no poco! Tiene que trepar una gran montaña, recuérdalo bien.

En segundo lugar hay que hacerse de un pisco bueno, fuerte, pero ha de ser pisco. Nada de ron, ni cañazo ¡nones! Pisco ha de ser. El cóndor es un dios y es un dios peruano. Así que pisco ha de ser.

En tercer lugar necesitamos una manta o un poncho de bayeta. Ha de ser muy gruesa, dura la lana, tupida, bien tupida. No me mires así compadre, que no es para abrigar al cóndor; es para protegernos el brazo. Si el pico del cóndor llega a atravesar la bayeta el veneno te agarra de todas maneras. Y es una agonía lenta, eterna. Lo he visto con estos ojitos.

—¿Un dios venenoso? —se extrañó Julián.

—Es un ave rapaz que come carroña nomás, compadre. No es un ave cazadora. Se alimenta de carne podrida. Su pico está envenenado. ¿A ver, qué más? ¡Pucha, ya me olvidé! …A mis años la memoria ya comienza a coquetear con el olvido, así que trata de no interrumpirme mucho. A ver… ¿de qué estaba yo hablando cuando me distraje?  ¡Ah, sí! De lo que hay que llevar al cerro para cazar al cóndor: se precisa harto pienso, comida, coquita y agua para varios días. Nada de trago para nosotros, porque hay que estar bien sobrios, esto es algo muy serio.

Y bueno pues, se reza y subimos al Apu, el nevado más grande y majestuoso que tenemos. Bien alto hay que subir, no es un cerro cualquiera, pero no hay mucho apuro, así que se puede hacer a paso tranquilo. Al llegar arriba se le da harto pienso al burro enfermo.

—¿Pero cómo, no que estaba muy enfermo?

—Por eso mismo, para que reviente  y se pudra rápido. El olor que despide es tan fuerte que el zorro, socio del cóndor, lo huele al toque y le avisa al ave. El cóndor es desconfiado, espera que el zorro le hinque el diente al burro  para estar seguro de que está bien muerto y se lo deje despanzurrado, listo para el banquete.

—¿Y  entonces?

—Lo dejamos al cóndor que coma, que trague hasta que se harte. Silenciosos hemos de estar, sin movernos.

—¿Y la cacería toma mucho tiempo en total?

—En total son varios días. Pero paciencia nomás hay que tener.

Cuando el cóndor se aleja del burro, ahí es donde entramos todos a tallar. Lo rodeamos y gritamos, agitamos los brazos y hacemos mucha bulla.El cóndor es muy zamarro. Tratará de meterse la pata en el pico.

—¿Y eso para qué compadre?

—Para vomitar pues, ¿no ves que está tan lleno y pesado que no puede alzar vuelo? Si vomita se aligera y lo perdemos; tanto trabajo habrá sido por las puras. Así que hay que rodearlo rapidito y cubrirlo con un poncho grueso.

—¿El de bayeta?

——No, con ese llevas envuelto tu brazo derecho. Usas otro, pero también ha de ser grueso y tupido. ¡Protege bien tu brazo Julián! Entonces le hablas. Bonito le hablas. ¡Es un dios! Y cuando abra el pico yo lo sujeto cuidando mi brazo mientras que tú, como mayordomo, le metes el pisco en el pico. Has de hacerlo con cuidado, con valor y con respeto.

—¡Ah carajo, compadre! Eso yo no lo sabía. ¡Ni idea tenía de que yo debo emborrachar al cóndor! ¡Si no, no hubiera aceptado ser mayordomo!

—Pero ya aceptaste compadre. Caballero nomás…

Después ya todo lo demás es fácil, de bajada nomás es. El cóndor va tranquilo, bien comido y bien borracho. Hace su siesta como un cristiano.

El resto lo hacen otros. Lo atan con tiras de seda, lo ponen en el trono para que reciba los honores, para que la gente lo adore, le cante. Otros son los encargados de amarrarlo en el lomo del toro … Ahí tú disfrutas con todos los demás y como mayordomo atiendes bien a tus invitados.

Cuando termina el Yawar Fiesta hay que llevar al cóndor de vuelta al cerro. También tienes que estar en la despedida.

Se le lleva al mismo sitio donde lo capturamos. Ahí se le da las gracias y se le deja ir.

—¡Vaya tarea don Remigio!

—Sí pues, no es tan fácil. Pero solo a ti te diré un secreto compadre:  ¡Ya van tres fiestas que atrapamos al mismo cóndor!

—¿Y cómo sabe que es el mismo?

—Por los restos de seda en sus patas

—¡Ah caray! ¡Entonces no es un dios tan zamarro que digamos!

—Claro que sí lo es, compadre. Lo que pasa es que le gusta el pisco.

 

 

Agosto 2014                                                      Yolanda Sala Báez


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El Peor Momento de mi Vida

El peor momento de mi vida

¡Tenía una entrevista! ¡Era una de las tres finalistas para la beca de estudios en Lovaina! Había estudiado 20 horas diarias durante tres meses, di el examen, esperé ansiosamente el resultado cuatro meses y ahora solo faltaba esa entrevista.
Respiré hondo y organicé mis ideas.
Primero debía actualizar mi pasaporte, necesitaba una maleta, tenía que comprar ropa de abrigo: en Bélgica sí hace frío. ¿Botas? Ah sí, mi prima Ada calza igual que yo y ha estado recientemente en Europa.
Fui a su casa y le conté la buena noticia. Adita se alegró y, entusiasmada, me prestó su maleta, un casacón y las botas.
-¿Cuándo es tu entrevista en la Embajada?
– El viernes a las 10 a.m.
– Entonces tienes que ir a la peluquería mañana jueves. Tendrás que vestirte elegante pero sin muchos adornos. Cuando salgas de la peluquería ven para que te dé el visto bueno, y veremos qué más necesitarás.
El jueves, a la salida del trabajo fui donde Sergio que se tomó un par de horas tratando de armar un peinado lacio y sobrio domando mi pelambre de palmera zarandeada en un vendaval.
Llegué donde Adita a las ocho de la noche. Su casa estaba a oscuras.
Toqué el timbre por inercia, pues supuse que habría olvidado nuestra cita. Me apenó pero también pensé que así tendría más tiempo para descansar y estar regia para la entrevista.
Justo cuando iba a retirarme la puerta se abrió. Todas las luces se encendieron y las 15 amigas más queridas que yo tenía gritaron: ¡SORPRESA!
Bebimos de todo, cada una de mis 15 amigas hizo un brindis especial conmigo, exigiéndome tomar a la moda del Callao.
Bailamos, reímos, cantamos y, a gritos, rememoramos muchas anécdotas de nuestra adolescencia.
A las tres de la madrugada llegó el serenazgo. Dos policías y un gringo viejo en piyama nos exigieron silencio. Adita se puso furiosa, a gritos y empujones trató de sacarlos a la calle.
El gringo viejo intervino enérgicamente con tal puntería que su dedo índice se clavó en mi seno derecho.
Yo chillé: ¡Gringo depravado! Y le tiré un tremendo puñete que me dejó doliendo la mano y su quijada sonó como una olla de barro que caía despedazándose.
Los policías me llevaron a la comisaría y pasé las horas siguientes llamando a mis primos abogados y a mi tío, el fiscal. Llegué a mi casa a las 9.15 de la mañana.
Apenas pude lavarme la cara y cambiarme de ropa. Salí a toda velocidad a la embajada de Bélgica para mi entrevista.
A las 10.05 me abrieron la puerta del despacho donde se decidiría si yo sería la afortunada becaria.
Me erguí, esbocé mi mejor sonrisa y saludé al funcionario estirando mi mano.
El gringo viejo no me devolvió el saludo y su mano, en vez de estrechar formalmente la mía, acarició el yeso que envolvía su quijada.

Diciembre de 2013 Yolanda Sala Báez


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MUDANZA

MUDANZA

A mamá la bautizamos Yesenia cuando se hizo popular, en los años 70, una telenovela sobre una gitana. Y merecido era el nombre porque mi familia se ha mudado 20 veces, que yo recuerde, y parece que el asunto es contagioso.

Yo dejé la casa de mis padres a los 27, y me fui a Pueblo Libre cuando trabajaba de día en Corpac, en el Ministerio de Industria y Turismo, y estudiaba de noche en la ciudad universitaria de San Marcos.

Cuando me casé vivimos en el umbroso y húmedo Barranco y cuando nació mi hijita nos mudamos a lo que había sido la hacienda Higuereta, un barrio grato, soleado y seco.

En 1996, ya divorciada, mi hija y yo nos mudamos a casa de mis padres en San Isidro y dos años después me casé con un belga y vivimos en Flandes 12 años.

El viaje de regreso a las raíces fue la primera mudanza que hice sin ayuda de mi familia.

Si mudar es variar de aspecto, así como los animales mudan su pelaje,  y los adolescentes cambian de voz ¿mudamos acaso nuestros corazones? ¿O sólo transferimos nuestras pertenencias a otro sitio?

En todo caso la mudanza es un motivo para irnos desprendiendo de lo superfluo, de lo innecesario, de lo que ya no nos resulta útil.

Pero  también se presta para darle un repaso a nuestra historia y para volver a abonar nuestra memoria, cada día más frágil y veleidosa.

Releemos cartas, tarjetas, apuntes, poemas. Desempolvamos sonrisas, suspiros, lágrimas. Desenterramos fotografías que probablemente volverán a dormitar en un baúl o en un cajón hasta que alguien tenga el valor o el desamor de botarlas cuando nos entierren.

Los discos, adornos y libros tienen otro trato, rara vez se descartan. Viajan al nuevo hogar para actuar como cortinas que nos escuden o como el capullo que nos protege y nos da identidad en un nuevo territorio. Nos mudamos con bulla y todo.

En Bélgica los ancianos dejan su hogar porque se mueren o porque los internan en institutos geriátricos a esperar la muerte. Sus familiares apenas conservan uno que otro objeto valioso. El resto se lo lleva un camión de la Beneficencia que cobra 100 euros por vaciar la casa. Todos los enseres acopiados y cuidados a lo largo de vidas muy largas van a las tiendas estatales de segunda mano, donde son vendidos a  precios irrisorios.

En esos grandes almacenes, frecuentados por inmigrantes y por belgas pobres, encontramos monturas de anteojos, sombreros, bastones, pequeños trofeos de pesca o petanque, figuritas de biscuit, delicadas latas de chocolates, juegos incompletos de copas, enciclopedias antiguas.

También vemos, arrumados, grandes retratos enmarcados, con rostros solemnes en sepia, que tal vez el día que posaron soñaban perennizarse en los salones de sus biznietos. ¡Si supieran que hoy  compran sus fotografías artísticas sólo por el marco!

Y me pregunto qué hará mi hija con los retratos de mis bisabuelos, con los pecosos recortes que me legó mi abuelita paterna, con las cartas testimoniales y filosóficas de mi papá.

¿Qué hará con sus dientecitos canjeados con el ratón? ¿y con los dientes de leche de mis cachorros que tantos grititos provocaron? ¿y con los mechones sedosos de mis mascotas, que secaron mis lágrimas y que hoy pueblan mi velador para espantar a la soledad?

 

Junio 2014 Yolanda Sala Báez

 

 


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SOBRE EL MUNDIAL DE FÚTBOL

Saludos gente extranjera. Lamentamos interrumpir tu celebración, pero dadas las circunstancias necesitamos que comprendas el contexto real de la Copa del Mundo de fútbol que vienes a ver. Sólo queremos que estés al tanto de informaciones que el gobierno de Brasil y tu agencia de viajes muy probablemente no te dijeron.

La Copa del Mundo asignada a nuestro país por la FIFA tuvo un gasto, hasta el momento en que esta carta es escrita, de 25 mil 600 millones de reales, que vendrían a ser 11 mil 500 millones de dólares. De esta cantidad, más del 83 % proviene de las arcas públicas, dinero de los impuestos de la gente común. El salario mínimo en Brasil es de 724 reales por mes ($ 325), las entradas para los juegos pueden llegar a casi un millar de dólares, así que el trabajador brasileño paga por un evento al que no puede asistir. Según una encuesta reciente, el 75,8 % de los brasileños se han mostrado contrarios a las inversiones realizadas para esta Copa del Mundo.

Nuestro país aún tiene 3,7 millones de niños y adolescentes fuera de la educación formal y un índice de casi 10 % de analfabetismo según la UNESCO. Cómo si tales deficiencias educativas no fuesen suficientes, el gobierno impuso suspensión de actividades escolares durante el Mundial. Vivimos en un país donde más de 242 mil familias no tienen electricidad, por no hablar de la salud pública que aún está lejos de ser aceptable, a pesar de lo cual el ídolo del fútbol Ronaldinho publicamente se atreve a decir que «Con hospitales no se hace la Copa del Mundo».

Hoy vivimos una situación económica muy difícil, donde la población soporta una de las cargas de impuestos más altas del mundo; sin embargo, casi el 50% de nuestro PIB está siendo utilizado para pagar una deuda pública absurda mientras el pueblo pasa hambre, o sea, casi la mitad de la riqueza que producimos se va directamente a los bolsillos de unos pocos banqueros; además, también se pierde una gran cantidad por la corrupción y la mala gestión de los fondos públicos.

El gasto excesivo en la Copa del Mundo es solo la punta de este iceberg. En nombre de la Copa, se violaron muchos derechos civiles, un hecho para nada inusual en un país en el que tenemos una policía altamente militarizada, que ya incluso ha sido criticada por organismos internacionales tales como Amnistía Internacional y la propia ONU, la cual hizo una recomendación para suprimir la PM (policía militar brasileña). Las comunidades cercanas a los estadios padecerán un cerco policial ostensivo y truculento, incluyendo la presencia del ejército, no para garantizar la seguridad de quienes allí habitan, sino la de ustedes, los turistas, como ya es el caso en el Complexo da Maré [en Rio de Janeiro], que hace semanas está ocupado por el ejército, la marina y la PM, con más de 2500 hombres. El derecho a la vivienda tampoco quedó fuera de la mira del gobierno y de la FIFA, miles de familias han sido desplazadas debido al evento, incluyendo a las familias indígenas de Aldeia Maracanã [tambien en RJ], que a pesar de la resistencia, fueron desalojados violentamente.

En el régimen «democrático» en el que vivimos, tampoco es novedad para nosotros padecer esta injerencia militar, lo que ya ha ocurrido con el ejército como fuerza represiva que ocupa el lugar de construcción de una central hidroeléctrica en el corazón de la Amazonia (Belo Monte), para evitar la protesta de los pueblos originarios y las comunidades locales afectadas por la represa. Por otra parte, a causa de la presión para construir los estadios a tiempo para la Copa Mundial, más de una docena de trabajadores murieron en las obras de construcción.

Aparte de todos estos problemas, la prostitución infantil en el país sigue siendo una realidad que afecta a cerca de 500.000 menores de edad de acuerdo con el Foro Nacional para la Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil. Este escenario será potencialmente agravado por la celebración de la Copa.

Muchos de nosotros estamos indignados y hemos tomado las calles en protesta, pero el gobierno -respaldado por los grandes medios de difusión- trata de ocultar y disimular todo lo aquí denunciado, a la vez que criminaliza las manifestaciones y nos reprime con su aparato militar, con saldo de violaciones de los derechos humanos denunciadas por ONG’s y organismos internacionales.

El Estado y las burocracias partidistas que lo gestionan no atienden y nunca atenderán como es debido a las demandas populares. Si necesitamos de asistencia sanitaria, educación, vivienda, trabajo tendremos que lograrlo a través de nuestra unidad y lucha.

Recibe esta carta como una solicitud de apoyo. Comparte esta información con la mayor cantidad de gente posible, ayudándonos a mostrar al mundo una realidad que el gobierno, la FIFA y los patrocinadores de la Copa a toda costa tratan de ocultar.

Colectivos y personas anarquistas de Brasil
Original en portugués en http://i-f-a.org/index.php/es/; traducido por la redacción de El Libertario
Fuente: http://periodicoellibertario.blogspot.com.es/2014/06/carta-abierta-anarquista-quienes-viajan.html

 

Tags: Mundial  FIFA

 


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Fernández Ana


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Fragmentos de una memoria
Blanca Luz en Sombras
Nació en Buenos Aires. Desde muy joven se expresa por la poesía y publica en varias revistas en la Argentina y en el extranjero. Fue integrante del Consejo de redacción de la revista “Barrilete” (1964-1966), de la revista “Cero” (1966-1968) y colaboradora de la revista “Vigilia” hasta 1975.En 1965 obtiene en Buenos Aires el Premio del Fondo Nacional de las Artes y publica su libro de poemas “La vida de golpe”, con el seudónimo de Ana Vásquez. Figura en la “Antología poética de la generación del 60”, Buenos Aires, Argentina.En 1978, se ve obligada al exilio en Bélgica, país en el que reside desde entonces. En Bruselas se incorpora al Consejo de redacción de la revista “Franja” (1980-1982). En 1980 gana dos concursos de narración en español, uno en Bélgica y otro en Berlín, con su cuento “Recuerdos de mañana”. En 1981 publica juntamente con otros autores un libro de poemas: “Sur”, Ediciones Mataró (Barcelona, España). En 1983 integra el grupo de poetas belgas “Identité” y compagina una “Antología de poetas y pintores latinoamericanos en exilio”. Ediciones de L’ Arbre a Paroles (Bélgica, 1984). En el 2002 gana el segundo Premio de Poesía de las Ediciones Nuevo Ser (Argentina). En 2006 publica su primera novela “Fragmentos de una memoria” ediciones Dunken (Buenos Aires, Argentina). Esta novela fue traducida al francés y publicada por la editorial Luc Pire (Bélgica) en el 2007. Ahora presentamos al público su reciente novela: “Blanca luz en sombras”.

Blanca Luz en Sombras

 

Fernández Ana
Novela
Colofón:2014-01-24 00:00:00
Editorial:
ISBN:978-9870270409
80 páginas
castellano
Sinopsis:
Una joven profesora de literatura lee en un diario de Argentina que el mural pintando en 1933 por David Alfaro Siqueiros, en la finca “Los Granados”, olvidado durante años en el sótano donde fue realizada la obra, exhumando fraccionado en bloques en 1991 y nuevamente abandonado en unos contenedores en la provincia de Buenos Aires, va a ser rescatado, puesto en condiciones y exhibido al público por el nuevo Gobierno de la Nación. La noticia la retrotrae a la época en que siendo una adolescente presenció la recuperación de la obra en la famosa finca de don Torcuato. La joven, en aquella ocasión, se sintió extrañamente atraída por los ojos de la mujer prisionera del mural, ahora, al descubrir nuevamente esa mirada en la foto que acompaña el artículo, se siente interpelada y descubre que la imagen vivía desde entonces en su subconsciente. No pudiendo resistirse a ese llamado, emprende una búsqueda apasionada sobre la vida y el destino de la modelo. Sólo encuentra datos sucintos y contradictorios y llega a sospechar una cierta misoginia con respecto a aquella mujer. Ante tanta ambigüedad, se propone descubrir la verdadera personalidad de Blanca Luz. Dicha investigación llevará, finalmente, a la protagonista a la isla Robinson Crusoe, en Chile. Allí vivirá sorprendentes experiencias sensoriales que cambiarán su vida.
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Comparando velatorios

COMPARANDO VELATORIOS

«Lo que se lleva de esta vida

Es la vida que se lleva«

 

        Cuando falleció mi tío Raúl, tras una larga enfermedad, en Lima todavía podíamos acompañar toda la noche a nuestros difuntos. Era 1983, el movimiento maoísta Sendero Luminoso acababa de asesinar a 69 miembros de las rondas campesinas en un pueblo de Ayacucho e  intensificaba sus atentados con apagones y crímenes selectivos en las ciudades. En 25 años esta guerra civil produjo alrededor de 70 mil muertos, el 80% de los cuales eran indígenas de comunidades campesinas situadas en áreas de gran riqueza mineral.  En Lima y otras ciudades cundía el pánico pues los primeros en protegerse contra los atentados eran los policías y los civiles quedábamos a oscuras, a merced de los terroristas y preguntándonos dónde estallaría la próxima torre de transmisión eléctrica o el próximo banco. El gobierno impuso el toque de queda.

        Por ese motivo, el día que velamos a mi tío Raúl nos permitieron permanecer en el velatorio, pero encerrados con un pestillo que únicamente se abría por fuera y no pudimos salir hasta las  nueve de la mañana del día siguiente. Quedamos aislados del miedo y de la violencia para despedir a nuestro querido tío.

Estábamos solo los familiares más cercanos y como mi tío no tuvo hijos los sobrinos acompañamos a mi tía Eda, su viuda.

Cuando uno ama a una persona y la ve sufrir postrada más de dos años con una enfermedad insidiosa e incurable, descubre que la muerte puede ser un descanso que aplaca la pena.  Los males tan largos solo tienen un lado positivo: nos ayudan a prepararnos para el desenlace.

Mi tía Eda y sus hermanas eran muy unidas y solíamos reunirnos en su casa todos los sábados. A mi tío Raúl le encantaba la música y nosotros tenemos pasión por el baile, posiblemente debido en parte a los ancestros dominicanos. Así se explica que prácticamente todas nuestras reuniones terminaran en bailes familiares.

De manera que en el velatorio olvidamos los atentados y recordamos esas tardes felices, las anécdotas de nuestro tío fumador que iba poniendo disimuladamente platitos, vasos, servilletas, y saleros delante suyo para ocultar las quemaduras que provocaba su cigarro sin filtro en el mantel. Evocamos los bellos fines de semana que nos organizaba, en invierno con picnics en la sierra de Lima o en primavera con paseos a la costa norte, a almorzar comida china en Huacho para celebrar sus cumpleaños.

Esa noche todas las cuñadas y las sobrinas nos acercamos al ataúd,  acariciamos el cabello, la frente y las manos de nuestro tío, lo recordamos con admiración y mi tía Eda pudo despedirse del amor de su vida, con ternura y dulces palabras, como debe ser.

Nadie durmió. Toda la noche hablamos, comimos unos bocadillos, hasta cantamos las canciones favoritas de mi tío y lo imitamos cuando bailaba su cumbia predilecta: La Burrita y un par de zambas argentinas.

Mi tío fue un hombre muy bueno y un día nos confesó que su niñez fue dura y triste, pero mi tía y su familia le habían dado a conocer la alegría. Mi tío Raúl tenía siete años de edad cuando murió su padre  en la selva de Madre de Dios y él vino con su madre a Lima donde trabajó como peón de construcción. A los 14 se enroló de soldado voluntario en el ejército. Así obtuvo documentos de identidad, aprendió a leer y a escribir y se hizo de un oficio. Cuando se creó la escuela de oficiales de aviación dio el examen de admisión e ingresó  a la Fuerza Aérea.

Se casó con mi tía Eda cuando terminó de costearles los estudios a todos sus hermanos; para entonces ya era capitán. Raúl y Eda formaron la pareja más feliz que he conocido, jamás discutieron y, aunque la vida no les dio hijos, repartieron su terneza con generosidad entre todos nosotros. Los años más gratos de mi infancia los viví con ellos. La imagen más nítida que conservo es la de mis tíos bailando una zamba argentina y el velatorio de mi tío Raúl perdura en mi corazón.

        Unos quince años después la vida me llevó a Europa, a una pequeña ciudad de Flandes donde habitaba mi nuevo esposo. Fue un cambio total: en esa cultura aprendimos que hablar muy alto podía ser de mal gusto y sonreír en la calle podía resultar ofensivo. Cuando mi hija y yo conversábamos en el tren en nuestro idioma despertábamos recelo y si nos reíamos la hostilidad cundía patente.

A pocos meses de nuestra llegada falleció el padrino de mi esposo (sin que hubiera vinculación entre nuestra llegada y su deceso). Él y su esposa habían hecho fortuna transformando  su pequeño taller familiar de chocolates en una fábrica moderna. Según mis cuñados, el padrino enfermó de diabetes cuando la fábrica entró en crisis. Según mis cuñadas, la fábrica lo enfermó de diabetes y su quiebra le ocasionó la crisis mortal.

La muerte del padrino hizo que mi hija de 14 años y yo descubriéramos las diferencias que había en los velatorios entre nuestra cultura y la de mi esposo.

Llegó a casa un sobre enmarcado en negro y en su interior una carta muy formal con todo un programa de actividades;  en Lima, en cambio, apenas teníamos tiempo para comunicar el deceso por teléfono a los más íntimos y ellos corrían la voz. Dependiendo de la hora del fallecimiento, en el Perú se publicaba un aviso en el diario y el velatorio duraba máximo un día y medio, después se celebraba la misa y de ahí salía la comitiva al cementerio. El velatorio siempre era muy concurrido, la sala se llenaba de flores y las conversaciones eran muy animadas pues, por la vida agitada que llevábamos, muchos familiares sólo nos veíamos en bodas o funerales. Los visitantes formaban grupos, departían y se quedaban muchas horas con los deudos.

En la participación al velatorio de Flandes había varias alternativas para presentar las condolencias y acompañar a la viuda. Podíamos ir una tarde a una sala de velatorios entre las 18.30 y las 20.00 horas o podíamos ir a la misa de cuerpo presente al día siguiente de 12.30 a 13.15 y/o podíamos acompañar a los familiares a un refrigerio de 13.30 a 15.00 y/o podíamos ir al cementerio a las 16.00 horas.

Le pregunté a mi esposo cómo se habían dado el tiempo de armar el programa con tanto detalle, elaborado elegantemente en una imprenta con poemas y fotos. Me explicó que el padrino había fallecido 15 días antes y habían coordinado las agendas de los familiares para que todos estuvieran presentes. Extrañada le pregunté:

-¿Y dónde estuvo esos 15 días tu padrino?

– En el freezer, lógicamente.

          Al recuperarme de mi sorpresa cotejamos nuestras agendas y acordamos que mi esposo asistiría a la misa y yo iría con mi hija al velatorio de las 18.30. Fuimos después de nuestras clases pero olvidé llevar la tarjeta con los detalles y, aunque sabía que el finado se llamaba Robert, del apellido sólo recordaba que exigía sonidos guturales e impronunciables.

        El velatorio se celebraba silenciosamente en un fino local dedicado a este propósito y convenientemente situado frente a la iglesia. Preguntamos al empleado del edificio por la sala donde velaban al señor Robert.

        Nunca imaginamos que el nombre fuera tan común.  Como en la ciudad hay muchos ancianos, también hay muchas defunciones. De los diez velatorios que se celebraban ese día en ese edificio entre las 18:30 y las 20:00 horas (hora exacta), seis eran de caballeros flamencos llamados Robert.

        Agravaba esta situación el hecho de que la viuda, que sí conocíamos, no se hallaría presente por órdenes del doctor. Sin embargo sabíamos que a Robert lo acompañarían su nuera y sus nietos a quienes nunca habíamos visto.

        Nos armamos de valor y entramos a la primera sala ordenándonos disciplinadamente en la fila formada por unas seis personas. Al entrar firmamos un cuaderno. Compungidas y ceremoniosas, abrigadas con nuestros ponchos, saludamos en inglés a los deudos belgas que nos miraron extrañados. Nos acercamos al féretro donde yacía un caballero calvo, narigón y azulado. Por encima del ataúd mi hija y yo intercambiamos miradas sorprendidas; en español dijimos: “No, éste no es”, y nos retiramos lo más discreta y educadamente posible.

        El empleado del local nos condujo por el pasillo a otra sala donde dos viejitas solemnes se hallaban sentadas a ambos lados de una camilla donde reposaba un gordito incoloro parecido a Papa Noel. No había otras personas aguardando así que firmamos el cuaderno, expresamos nuevamente nuestras condolencias sacudimos la cabeza apesadumbradas y dijimos: “No, éste tampoco es” y salimos lentamente, dejando estupefactas a las canosas flamencas.

        Obstinadas continuamos el recorrido. Encontramos un Robert cuyo nieto más joven, de unos nueve años, lloraba y lo abrazamos con cariño. Para nuestra sorpresa todos sus otros familiares nos abrazaron con tanta fuerza que fue difícil retirarnos. Dos veces más hicimos cola, firmamos el cuaderno, estrechamos formalmente la mano de desconocidos, nos acercamos cautelosas al cadáver del Robert de turno, afligidas admitimos “No, éste tampoco es” y nos alejamos, sumiendo a los deudos en un mar de interrogantes:

        – Pero ¿¡quiénes son estas mujeres!? ¿Qué relación puede haber habido entre nuestro pariente y estas latinas? ¿Y la jovencita? ¿Será fruto de una relación clandestina de nuestro Robert?

        Ajenas al terremoto de sospechas que íbamos provocando con nuestras breves visitas, proseguimos tenaces la pesquisa hasta que dimos con el padrino Robert. Lamentablemente, como sus nietos tampoco nos conocían, los dejamos igualmente perplejos y les sembramos la misma incertidumbre.

Nosotras, en cambio,  volvimos a casa satisfechas de haber visto cómo eran los velatorios en Flandes y de haber cumplido correctamente con los deberes sociales en nuestro nuevo hogar.

 

Mayo 2014-05-15                                Yolanda Sala Báez


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Punta Corrientes

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fotos de Carmen Romero Calle

fotos de Carmen Romero Calle

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Punta Corrientes

 

Es una punta vecina a Cerro Azul, al sur de Lima. Punta rocosa donde chocan dos corrientes tejedoras de espuma. De la punta se desprende un reguero de islotes o de simples peñascos que se internan en el mar. Cuando hay marea alta y olas fieras de Semana Santa, esos humildes peñones se visten de encaje, como tul de novia desafiando una peineta rebelde y esbelta.

Una ola viene desde el lecho del sol hacia la arena y otra retrocede desde la playa para besarla y entre ambas tejen  trama y urdimbre, formando simétricos cuadrados. En ese telar acuático abundan los peces y en las primeras horas de la tarde asoman las aletas dorsales de los delfines, emergiendo en saltos alegres. Deben ser cachorros porque se mantienen juntos y saltan en desorden. ¿Será ésta tal vez su escuela, donde aprenden a nadar en corrientes cruzadas?

Las aves los observan a la distancia y cuando se van los delfines, se posesionan del mar y de sus peces.

Este cuadro marino, de aguas verdes que se ponen blancas con el encaje de espuma, olas que tejen, aves que trazan horizontes paralelos, delfines que emanan como milagrosa risa del mar Pacífico, es un don, un regalo que la vida nos ofrece para recordarnos lo poquito que somos en la inmensidad de la naturaleza.

Lo vemos, lo fotografiamos y lo filmamos temblando porque pronto habrá plataformas petroleras en Cerro Azul y este milagroso espectáculo solo será un recuerdo, triste y amargo.

 

 

Foto de Mariella Corvetto

Oro Lúcuma en Cerro Azul

 

'escultura' natural

Escultura hecha por el viento en la playa de Cerro Azul

 

Agradezco las preciosas fotos tomadas en Punta Corrientes por Carmen Romero Calle y a nuestros acogedores y fraternos anfitriones: Mónica Taurel y Alfredo Menacho por regalarnos esta experiencia.

 

 

 

 

 

A Mariella Corvetto y Mariella Sala  mil gracias por las fotos de Cerro Azul

Punta Corrientes, abril 2014                              Yolanda Sala Báez