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Visitas Inesperadas
Visitas Inesperadas
Sonó el timbre y miré el reloj: eran las once de la mañana y no esperábamos visitas.
Milady, curiosa, me ordenó:
— ¡Abre la puerta! —Y yo obedecí.
Ante mi departamento se encontraban cuatro jóvenes. Dos punks, pelo al rape, uno de ellos con mechones púrpura y el otro anaranjados. Los dos llenos de tatuajes. Las otras lucían rastas amarradas con interminables cintas de colores fosforescentes.
A sus pies un par de bultos atados con sogas verdes.
— ¡Hola! —saludaron al unísono los punkis.
— ¡Sorpresa! —chillaron las rastas.
—Te marchaste de Bélgica sin despedirte… —reclamó el punk morado.
—Tú nos alimentabas, nos ayudabas, contábamos contigo y te fuiste sin avisarnos —protestó malhumorado el anaranjado.
—Tu esposo nos daba algo de vez en cuando… —contemporizó una de las rastas.
— ¡Pero también desapareció, la casa quedó vacía y nadie nos dijo nada! —completó su compañera.
—Y llegó el invierno
—y llovía
—nadie nos informó…
—Así que recordamos todo lo que nos contaste sobre este paraíso que tanto añorabas —dijo, positiva la más alta de las rastas.
—Y le pedimos al simpático cartero que nos diera tu dirección. —Agregó orgulloso el punk morado.
— ¡Y aquí estamos! ¡Voilà! —gritaron todos a coro.
Entonces Milady se irguió altiva, barrió a los cuatro advenedizos con su único ojo azul y dictaminó rotundamente:
— ¡Eso sí que no! Ni hablar, ¡aquí no entra nadie más!
— ¡Pero no tenemos quien se ocupe de nosotros, como lo hacía ella en Bélgica! ¡Fue ella quien nos acostumbró! ¡Alguien tiene que atendernos!
—Muy bien, entonces váyanse al Parque Kennedy, está muy cerca de aquí, y pídanle auxilio a los voluntarios de “Los Gatos de Miraflores”. Ahí los ayudarán.
Los cuatro se miraron, movieron con mucho disgusto sus peludas colas y se dirigieron hacia la escalera.
Milady se frotó contra mis piernas, ronroneó, me premió con un dulce prrmiau prrr prrr y de un caderazo cerró la puerta maullando: — ¡Habráse visto…!
17 de mayo 2014 Yolanda Sala Báez