La Narradora

Relatos y artículos por Yolanda Sala


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LECTURA RECOMENDADA

Fernández Ana


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Fragmentos de una memoria
Blanca Luz en Sombras
Nació en Buenos Aires. Desde muy joven se expresa por la poesía y publica en varias revistas en la Argentina y en el extranjero. Fue integrante del Consejo de redacción de la revista “Barrilete” (1964-1966), de la revista “Cero” (1966-1968) y colaboradora de la revista “Vigilia” hasta 1975.En 1965 obtiene en Buenos Aires el Premio del Fondo Nacional de las Artes y publica su libro de poemas “La vida de golpe”, con el seudónimo de Ana Vásquez. Figura en la “Antología poética de la generación del 60”, Buenos Aires, Argentina.En 1978, se ve obligada al exilio en Bélgica, país en el que reside desde entonces. En Bruselas se incorpora al Consejo de redacción de la revista “Franja” (1980-1982). En 1980 gana dos concursos de narración en español, uno en Bélgica y otro en Berlín, con su cuento “Recuerdos de mañana”. En 1981 publica juntamente con otros autores un libro de poemas: “Sur”, Ediciones Mataró (Barcelona, España). En 1983 integra el grupo de poetas belgas “Identité” y compagina una “Antología de poetas y pintores latinoamericanos en exilio”. Ediciones de L’ Arbre a Paroles (Bélgica, 1984). En el 2002 gana el segundo Premio de Poesía de las Ediciones Nuevo Ser (Argentina). En 2006 publica su primera novela “Fragmentos de una memoria” ediciones Dunken (Buenos Aires, Argentina). Esta novela fue traducida al francés y publicada por la editorial Luc Pire (Bélgica) en el 2007. Ahora presentamos al público su reciente novela: “Blanca luz en sombras”.

Blanca Luz en Sombras

 

Fernández Ana
Novela
Colofón:2014-01-24 00:00:00
Editorial:
ISBN:978-9870270409
80 páginas
castellano
Sinopsis:
Una joven profesora de literatura lee en un diario de Argentina que el mural pintando en 1933 por David Alfaro Siqueiros, en la finca “Los Granados”, olvidado durante años en el sótano donde fue realizada la obra, exhumando fraccionado en bloques en 1991 y nuevamente abandonado en unos contenedores en la provincia de Buenos Aires, va a ser rescatado, puesto en condiciones y exhibido al público por el nuevo Gobierno de la Nación. La noticia la retrotrae a la época en que siendo una adolescente presenció la recuperación de la obra en la famosa finca de don Torcuato. La joven, en aquella ocasión, se sintió extrañamente atraída por los ojos de la mujer prisionera del mural, ahora, al descubrir nuevamente esa mirada en la foto que acompaña el artículo, se siente interpelada y descubre que la imagen vivía desde entonces en su subconsciente. No pudiendo resistirse a ese llamado, emprende una búsqueda apasionada sobre la vida y el destino de la modelo. Sólo encuentra datos sucintos y contradictorios y llega a sospechar una cierta misoginia con respecto a aquella mujer. Ante tanta ambigüedad, se propone descubrir la verdadera personalidad de Blanca Luz. Dicha investigación llevará, finalmente, a la protagonista a la isla Robinson Crusoe, en Chile. Allí vivirá sorprendentes experiencias sensoriales que cambiarán su vida.
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Visitas Inesperadas

Visitas Inesperadas

 

Sonó el timbre  y miré el reloj: eran las once de la mañana y no esperábamos visitas.

Milady, curiosa, me ordenó:

— ¡Abre la puerta! —Y yo obedecí.

Ante mi departamento se encontraban cuatro jóvenes. Dos punks, pelo al rape, uno de ellos con mechones púrpura y el otro anaranjados. Los dos llenos de tatuajes. Las otras lucían rastas amarradas con interminables cintas de colores fosforescentes.

A sus pies un par de bultos atados con sogas verdes.

— ¡Hola! —saludaron al unísono los punkis.

— ¡Sorpresa! —chillaron las rastas.

—Te marchaste de Bélgica sin despedirte… —reclamó el punk morado.

—Tú nos alimentabas, nos ayudabas, contábamos contigo y te fuiste sin avisarnos —protestó malhumorado el anaranjado.

—Tu esposo nos daba algo de vez en cuando… —contemporizó una de las rastas.

— ¡Pero también desapareció, la casa quedó vacía y nadie nos dijo nada! —completó su compañera.

—Y llegó el invierno

—y llovía

—nadie nos informó…

—Así que recordamos todo lo que nos contaste sobre este paraíso que tanto  añorabas —dijo, positiva la más alta de las rastas.

—Y le pedimos al simpático cartero que nos diera tu dirección. —Agregó orgulloso el punk morado.

— ¡Y aquí estamos! ¡Voilà! —gritaron todos a coro.

Entonces Milady se irguió altiva, barrió a los cuatro advenedizos con su único ojo azul y dictaminó rotundamente:

— ¡Eso sí que no! Ni hablar, ¡aquí no entra nadie más!

— ¡Pero no tenemos quien se ocupe de nosotros, como lo hacía ella en Bélgica! ¡Fue ella quien nos acostumbró! ¡Alguien tiene que atendernos!

—Muy bien, entonces váyanse al Parque Kennedy, está muy cerca de aquí, y pídanle auxilio a los voluntarios de “Los Gatos de Miraflores”. Ahí los ayudarán.

Los cuatro se miraron, movieron con mucho disgusto sus peludas colas y se dirigieron hacia la escalera.

Milady se frotó contra mis piernas, ronroneó, me premió con un dulce prrmiau prrr prrr y de un caderazo cerró la puerta maullando: — ¡Habráse visto…!

 

17 de mayo 2014                                         Yolanda Sala Báez