La Narradora

Relatos y artículos por Yolanda Sala


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LA ENFERMEDAD DE ARMIDA

Armida en rojo

Armida en rojo 2011

SOBRE MI HERMANA: ARMIDA SALA BÁEZ

Lima, Abril 2013

 Aunque sonreía con los labios sus ojos no perdían un solo detalle y anotaba mentalmente la lista de “pendientes” y “urgentes”.  Organizó las actividades y visitas de sus invitados con su eficiencia habitual y les solucionó todos los problemas.  Los trataba con sincero cariño y los atendía  con amable esmero pero interiormente sufría el quebrantamiento de sus rutinas, la ocupación de su espacio, el inescapable caos que genera mucha gente en un departamento.

—Un campamento gitano, después de una guerra entre clanes —masculló su voz ronca en un audible susurro.

Sorteando maletas, andador, mochilas, zapatos, pelotas y al perro, llegó al pequeño cubículo que  había habilitado como su dormitorio.

Se quitó los zapatos y se dejó caer en la camita, lanzó un ‘por fin’  envuelto en un suspiro  y miró hacia arriba. Descubrió unas nubes mohosas y costras de pintura soltándose por efecto de la humedad.

—¡Carajo y están cerca de los cables eléctricos! ¿Cómo no las he visto antes? —y con una sonrisa irónica se respondió —como si tuvieras el hábito de tirarte panza arriba en tu cama, Armida.

Los párpados se le cerraron bajo un invisible yunque. Durmió profundamente. Durmió, durmió, durmió.

Se despertó 18 horas después con un sacudón eléctrico en el interior del cerebro.

Al despertar no sabía dónde estaba, qué día, qué mes o qué año era, ni siquiera recordaba bien quién era.

En menos de cuatro meses su cerebro fue presa de un mal que le venía de Italia. Esa mente ágil, con su discurrir tan lógico y su agudeza para leer entre líneas y anticiparse a las ideas de los demás, fue embestida sin piedad.

Llevaba 40 años viviendo sin tiroides ni paratiroides – debilidad que junto con la aristocrática gota le fue transmitida por sus ancestros franceses – y metabolizando mal el calcio.

Ese cerebro formidable se había convertido en una caverna poblada de estalactitas y el stress siniestro, fruto ponzoñoso de la postmodernidad, actuaba como un serrucho.

El eléctrico despertar fue seguido por un calvario en el que perdió 18 kilos y muchos recuerdos. Pasó toda una semana en una vergonzosa sala de Emergencia de ESSALUD, en una camilla tan angosta que le habría impedido echarse de costado o voltear, si hubiera podido moverse. Tuvo suerte de no haber sido colocada en los pasillos, como decenas de otros asegurados.

Cuando por fin la pasaron a una habitación, que hospedaba a tres enfermos terminales, empezó el banderilleo. No le quedó vena sin hincar: testigos eran sus manos, muñecas, brazos, pies, en todos los tonos de negro y de morado.

Ella, que tenía el valor de una leona, sólo era cobarde frente a una inyección. Sin embargo, cuando la enfermera de turno le pedía que estire el brazo para conectarle una nueva ‘vía’, Armida abría inmensos los ojos y ponía la mente en blanco para oír el verso del padre adorado:

Al estirar este brazo

Y al encoger este codo

Yo, no me llamo Capa de Oro,

Si no estoqueo este toro”.

Todos los médicos nos dieron muy mal pronóstico pues Armida tenía tres males muy graves: calcificaciones en el cerebro, hidrocefalia y dos tumores inoperables en el tálamo. Cuando pidieron la biopsia estimaban que tenía solo 5% de posibilidades de que no fueran tumores malignos.

Y no fueron malignos.

Eso nos devolvió la esperanza y la regresamos a casa. Había pasado más de un mes en el hospital, una semana larguísima en Emergencia, en condiciones tipo Calcuta, en una camilla angosta, dura y pequeña, hasta que hubiera cama en piso. Cuando se presentó una oportunidad la llevaron al pabellón de medicina general, y la acomodaron en un cuarto compartido con tres enfermos graves que se iban muriendo entre llantos, gritos y lamentos de sus familiares. Armidita estaba tiesa como un palo pero cada lamento de sus vecinos la sacudía. En el hospital cada paciente debe tener permanentemente a su lado a un familiar porque el personal no se da abasto, y si no hay quien te acompañe nadie te atiende. La acompañante tiene que dormir en el suelo, envuelta en una frazada. ¡Es algo inconcebible!

Finalmente la llevaron al pabellón de Neurocirugía que era una especie de isla cómoda en un infierno de desorden y pésimo servicio. Ahí le colocaron una válvula en la cabeza para drenar el líquido que le presionaba el cerebro.

Todo ese tiempo Armida soportó sin quejarse las agujas de suero y medicinas (no le quedaba vena de color natural en manos y pies), de las incomodidades, de la comida, de los dolorosos medicamentos. Los médicos aprendieron a admirar su temple y su valor.

Después recomendaron hacerle otra biopsia y ese fue otro trance. Armida lo aceptó y se hizo. Pero después de cada operación sólo la podíamos ver tres minutos por día. La sala de cuidados intensivos estaba igualmente tugurizada.

Finalmente nos dijeron que se podía ir a casa hasta tener el resultado de la biopsia.

El lunes a las 10 a.m. nos dijeron que la debíamos retirar del hospital a las 3 p.m. Gracias a las numerosas amigas y primas que tenemos y que la quieren tanto, cuando ella llegó a su casa ya habíamos conseguido una cama de hospital, un colchón anti-escaras, una silla de ruedas y una mesa regulable para cama de hospital. Sus “mosqueteras” amigas-hermanas desde la infancia: Alejandra, Cecilia, Nancy, Nanny, Mariana, Pilar, y tantas otras cuyos nombres olvida mi frágil memoria (y me disculpo por ello), le transmitieron su amor, su solidaridad y fueron un soporte moral sumamente valioso. Don Juan Cassinelli y su familia, Sus amigos-hermanos de Aeroperú: Tita, Rudy, y tantos otros; en fin una cantidad enorme de personas la visitaron, llamaron, rezaron por ella. Recibió apoyo moral y material de gente querida de Santa Eulalia, Chiclayo, Brasil, Estados Unidos, Australia y tantos otros lugares…

También contratamos dos técnicas de enfermería y tuvimos el apoyo valiosísimo y cargado de cariño de ese ángel llamado Valentina Huamán que ha acompañado a mi hermanita más de 20 años.

Debido a su enfermedad recién hemos descubierto que Armida, en todos sus trabajos y circunstancias, ha ayudado a cientos de personas y ahora se unieron en una especie de cadena solidaria. Le han organizado misas de salud, le han hecho donaciones en dinero, pañales, medicamentos. Llaman por teléfono todos los días preguntando por ella con mucho cariño y eso la ha apoyado moralmente. No puede hablar, pero sonríe cuando le informamos sobre las llamadas.

Su hijo Daniel vino dos veces desde Bolivia y él y Sandra han sido hijos modelo, eficientes, cariñosos, responsables. Nos turnábamos para estar siempre con ella en el hospital (que tiene un horario muy limitado y estricto de visitas), Sandra estaba puntualmente a las 7 am para recibir el turno que dejaba la enfermera particular, que nos apoyaba en la noche; Valen llegaba al medio día para darle de almorzar y acompañarla. Yo llegaba a las 2 pm y me iba  a las 7 pm cuando llegaba la enfermera, mientras Sandra compraba los pañales, pedía informes médicos, recogía los remedios, coordinaba las citas con los otros doctores, Tato hacía los papeleos del hospital y en general nos organizamos bastante bien.

Ahora Armidita está en la casa, la bañan, visten y le hacen terapia física, camina con apoyo de la enfermera un poco cada día, entiende todo pero no quiere hablar. El geriatra que tenemos, el doctor Jorge Solari, un amigo que conozco hace años y que acaba de volver de un curso de especialización en Francia, es el único que logra que Armi diga algunas palabras y ha sido él quien en todo momento le ha ido explicando lo que tiene y lo que podemos hacer. Es otro ángel que nos apoyó y amainó nuestra angustia de verla alejarse cada día más.

Su mejor consejo ha sido: hay que vivir el día a día, y seguirla apoyando porque ella ha demostrado que puede enfrentarse con éxito a los peores pronósticos, pero es lógico que esté cansada y ahora estamos luchando para evitar la depresión.

Es muy penoso para alguien como Armi, dinámica e independiente, mi Superwoman, usar pañales, depender tanto de otras personas, no saber realmente cuánto tiempo más estará así, y eso la entristece.

Ahora seguimos turnándonos entre Sandra, Valentina y yo para que nunca esté solita. Todavía no quiere recibir visitas porque lamentablemente no se percatan de que ella está delicada y hablan mucho. No faltan las que le rezan angustiadas en voz alta o las que vienen a llorar por ella y a volcar en ella sus propios problemas personales. No es fácil, pero somos firmes porque ahora más que nunca Armi tiene que tener paz, tranquilidad y tiempo para adecuarse a su ambiente.

Estamos haciendo todo lo posible para que esté cómoda, en su cuarto, con su televisor (yo le traigo bonitas películas) y con su Valen y sus comidas ricas y nutritivas. Felizmente come muy bien.

Yo hago lo que recomendó el doctor: vivo con ella el día a día, disfruto de mi hermanita, de su presencia, de su dulzura y le leo, le cuento historias, le recuerdo anécdotas y le muestro fotos para que piense en otras cosas. Felizmente vivo a pocas cuadras de su casa.

Esta tragedia me ha afectado también, como es natural, he perdido como 20 kilos y el Parkinson ha pasado a la fase rígida, con lo cual mis movimientos se vuelven más difíciles. Como el stress es mi enemigo he empezado clases de yoga y para alimentar mi mente y tenerla activa en algo agradable sigo dos veces por semana un taller de novela histórica. No me quiero ir sin publicar al menos mi novela, ojalá me alcance el tiempo.

07/05/2013

Junio y Julio con su tristeza gris fueron los últimos meses de vida de mi hermana.  La muerte la reclamó apenas tres meses después de la aparición del primer tumor.

Comprobamos muchas cosas en ese corto y largo período.

En el plano sentimental fue un desgarro y una sensación de vacío vital para todos los que la queremos, ella se portó en la forma más digna y valerosa que he visto en mi vida. El silencio fue su escudo y una imagen de la virgen del Carmen aferrada en su mano fue su consuelo.

Me queda para siempre su sonrisa fija, su mirada ausente, su carita aún joven y el dolor profundo de ver partir a una persona que no conoció el egoísmo ni la mentira, porque esas son personas muy raras de encontrar. Felizmente, antes de su enfermedad, tuvimos varias oportunidades de disfrutar cosas agradables, viajamos juntas y reímos mucho. Me dio sabios consejos y me brindó toda su ternura. Jamás pensé que ella se iría antes que yo.

 

Armida en Cerro Azul

Armida en Cerro Azul 2011

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En un plano más objetivo considero que es intolerable que un país que exporta tanto oro y tanta plata, tenga un sistema de atención de salud tan ineficiente y descuidado. Ni siquiera en un hospital veterinario de la China se permitiría este tipo de atención . ¿Qué pasó con la seguridad social de los años 70? ¿Cómo han destruido el trato digno a pacientes y a trabajadores? ¿Cómo han permitido los propios trabajadores, que con sus aportes pagan esa enorme estructura burocrática e ineficiente, que los despojen de lo que es suyo? ¿A quién le rinde cuentas ESSALUD?

Tengo entendido que construirán un gran hospital moderno en un cono de Lima con el dinero de la seguridad social, pero que será inmediatamente privatizado y entregado, totalmente equipado, a los españoles para que lo usufructúen durante 10 años (que es cuando terminarán de recuperar ¿su? inversión).

Mientras tanto, seguiremos viendo enfermos que esperan tres meses para que les den una cita, pacientes gravísimos sentados en piyama en los pasillos helados, mendigando un turno para una tomografía de urgencia, ancianos venerables echados como perros sarnosos en los pasadizos de esos hospitales construidos gracias a sus aportes, su sudor y sus esfuerzos.

Y así y todo, muchos se han creído el cuento de que ya no somos un país pobre del tercer mundo y que ya empezó el chorreo. ¡Qué indigno! Es como esperar calmar la sed en el desierto con el sudor de las axilas de los ricos…

¡Qué vergüenza me da este país que acepta esos postulados económicos y que elige década tras década a políticos de circo que  nunca cumplen lo que prometen y sólo se dedican a la corrupción rampante!

Lo único que aplaca un poco mi dolor por la partida de un ser tan valioso como mi hermana Armida Sala, es saber que ya no tiene que seguir viendo la televisión basura ni oír sus mentiras que echan cortinas de humo para tapar un sistema político inmundo que todos los peruanos aceptan con la humillada cerviz y la habitual indolencia.

 

Lima, 11 de enero 2016 María Yolanda Sala Báez