La Narradora

Relatos y artículos por Yolanda Sala


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Las Islas de las Mujeres Bellas

LAS ISLAS DE LAS MUJERES BELLAS

Ischia, Italia 1999

Las primeras vacaciones que pasamos en Europa, mi hija y yo decidimos ir a Italia y mi esposo y sus hijas a la Dulce Francia, a Provenza donde iban todos los años.

Por eso estábamos solas en la isla de Ischia, en el mar Tirreno (parte sur del Mediterráneo) a tan solo 30 km de Nápoles, pintoresca capital del Sur que suele tener inmerecida mala prensa. Estábamos fascinadas con la variedad de playas que teníamos para escoger: algunas más íntimas, con piedritas en la playa y en el mar, otras muy amplias con arenas blancas y sin olas, también había una situada frente a fuentes termales. Incluso se dan el lujo de tener una playa en un lago que, cuando sube la marea, coquetea con el mar y produce el espejismo polícromo de un abanico de verdes: desde el jade al esmeralda, a veces orlados de topacio y ámbar por el fango del fondo, que los peces marinos remueven en busca de exóticos y apetecibles insectos. En ese encuentro amoroso de aguas dulces y saladas se barajan los verdes lacustres con el azul aturquesado del mar que el ocaso decora con una metálica capa dorada.

Le estaba leyendo a mi hija esta descripción destinada a mis padres, «Y por si tan insólita variedad no bastara, poseen una casi-isla llamada Santangelo que es como una miniatura del Monte Saint Michel en el Canal de la Mancha…

que los ingleses llaman el Canal Inglés me interrumpió Yoli con ironía y ambas soltamos la carcajada.

Bueno, de tanto repetirlo se lo creen ─le dije seriamente ─es un principio de marketing, “miente y miente que algo queda”, o “la mentira es lo que más le gusta a la gente”.

Yoli se levantó de la tumbona, dijo que no soportaba el calor ardiente del mediodía, y se fue a dar un chapuzón. La miré avanzar como si flotara sobre la candente arena, con sus rulos tiesos y contestatarios, esas rastas que hasta ahora no logro aceptar, pero que respeto porque cada generación tiene sus propias excentricidades. Aunque andaba con cierta rapidez para no quemarse las plantas de sus pies, su espalda estaba erguida, su cuello altivo, su cuerpo se ondeaba con un ritmo interior que anunciaba, como un orgulloso cartel: ¡YO TENGO SANGRE NEGRA! Sí. Así, con signos de admiración y en mayúsculas.

***

Viendo a mi hija entrar en el mar, pensé en mis primas y recordé que desde muy chicas tenían ese porte y esa altivez que nadie les inculcó. Mi abuelita Julia, mi abuela materna, era baja de estatura, morena de tez, y andaba derecha como una regla, pero no tenía esa cadencia íntimamente musical. En cambio todas sus hijas sí la tenían.

Lamentablemente fueron pocas las nietas que la heredaron y son ahora las biznietas quienes atraen miradas de envidia, de celos, de deseo, sin proponérselo.

***

Lima, 1967

Recordé aquel verano limeño cuando había terminado la secundaria y fui a visitar a mi tía Clara. Nos sentamos en el jardín, protegidas del sol por una sombrilla floreada y alegre, como mi tía, y conversamos sobre esa coquetería innata que tenían mi madre, sus hermanas y ella, y que se expresaba sobre todo en su manera de caminar.

―Yo no lo heredé, supongo que más bien lo asimilé porque andaba todo el tiempo con tu tía Eda, eramos inseparables y tienes mucha razón cuando dices que tenían un porte majestuoso. ─

Bebió un sorbito de su aperitivo y se secó con delicadeza los labios con una servilleta bordada.

―¿Lo habrán heredado de Corinne, la bisabuela francesa?―le pregunté.

―No la conocimos, ella murió en el exilio en México y sus hijos vinieron al Perú solos. Aquí tenían parientes, la madre de tu abuelo se llamaba Corinne Dupont Dreyfus. Pero si lo que dicen es cierto y su hija María, la tía de tu abuelo Emilio, era muy parecida a su madre Corinne, no creo que tuviera esa forma de moverse. María, a quien Emilio y sus hijas llamaban Tante Marie o sea Tía María en castellano, caminaba recta, como un soldado, hacía todo muy erguida, y además lo hacía rápido y muy bien. Era lo que hoy dicen los jóvenes: eficiente.

―Entonces ese andar les viene por el lado del tatarabuelo Buenaventura, el que fue dictador …

―Presidente, ―me corrigió delicadamente mi tía Clara, apoyándose en una falsa tosecita.

―Bueno ―concedí sonriente ―presidente de Santo Domingo.

―Y lo fue varias veces, cinco o seis. Eran épocas muy inestables. Subía un caudillo, otro le daba golpe de estado, llamaban a elecciones, y se repetía el asunto. Así también fue aquí, en el Perú, y creo que en toda América Latina. Era el complicado nacimiento de una nueva era.

―Que parió mucha corrupción, en vez de parir un corazón, como dicen los bellos versos de la canción de Silvio Rodríguez.

Mi tía tomó un sorbo de su whisky con cola bien helado, se abanicó, sin admitir que no conocía ni la canción ni a Silvio Rodríguez, y retomó la historia. Pero antes, con un gesto de brindis, me invitó a tomar mi aperitivo.

―La corrupción no empezó con la independencia hija, los 300 y pico de años de saqueo español ¿acaso no estuvieron plagados de delitos de corrupción? Pero volviendo a tus preguntas, lo poco que yo sé sobre este señor Báez que fue presidente de Santo Domingo, es que su madre era una negra esclava bellísima y que él era un mulato. Más, no sé. A lo mejor tu tía Alina te puede dar más detalles, ella era muy allegada a la tía María, conversaban mucho y Alina siempre fue muy curiosa.

***

Lima, 1968

Un sábado en la tarde, en pleno invierno limeño, estábamos jugando a las cartas en casa de mi tía Alina cuando mi primo Roger se acercó a la mesa de juego para despedirse porque se iba a ver a su enamorada.

Mi tía y sus hijas le derramaron piropos:

―Tú estás como para ser protagonista de una telenovela brasilera― afirmó Edith, su hermana mayor.

―¡Qué telenovela ni telenovela! ―dijo Elizabeth, melliza de mi primo ―Roger tiene muy buen porte, puede trabajar en el cine o en lo que quiera.

Mi primo sonrió bonachón, nos deseó suerte en el juego y se marchó.

―La Tante Marie lo ha visto hace poco y me dijo que mi hijo es el vivo retrato de mi ilustre bisabuelo, Buenaventura Báez.

―¡El dictador dominicano! ―exclamé recordando la conversación que había tenido con mi tía Clara.

―Demórate un poquito hijita y dí las cosas como deben decirse, él fue Presidente…

―¡Uy perdón! No pretendía ofender.

Mi prima Edith, la mayor de los tres hijos de mi tía Alina, alzó la ceja, con un gesto típico de mi mamá y de mi tía Blanca.

―¿Él es el que era hijo de una princesa africana? ― preguntó con interés.

―Bueno, Tante Marie nunca me ha dicho que Teresa Méndez, la madre de Buenaventura, fuera una princesa, pero sí parece que nació en la Isla de las Mujeres Bellas.

―Toma nota de eso, prima, ahí tienes el título para tu novela, ―me dijo sonriente Elizabeth, al ver que yo sacaba el block que siempre llevaba conmigo para apuntar datos familiares, que salían a relucir en las frecuentes reuniones del clan Báez. Era un ejercicio que venía haciendo desde que entré a la secundaria.

―Y si hubiera sido una princesa dudo que Tante Marie te lo diría. Buenaventura trató pésimo a Corinne, que era la madre de Tante Marie y del abuelito Manuel― afirmó rotundamente Edith.

―Sí, es que hubo de por medio el asunto de las joyas que Corinne le dio a Buenaventura …

―¿Le dio? ―preguntó con ironía Elizabeth.

―Bueno, se las dio en calidad de préstamo ―aclaró Alina ―para financiar una de sus tantas intentonas de tomar el gobierno. Eran joyas muy valiosas, herencia familiar, y constaba de muchas piezas: tiara, collares, aretes, pulseras, prendedor, sortijas y hasta un reloj de leontina. Todo era de oro con diamantes y esmeraldas finísimas, finamente talladas y de muchos quilates. Los Dupont eran multimillonarios, hasta ahora lo son, y había muchos joyeros en esa familia.

―¿Y a cambio de qué le dio Corinne ese tesoro? ―pregunté curiosa.

―Seguramente le ofreció casarse con ella, y hacerla su Primera Dama ―sugirió Elizabeth.

―Sí, creo que fue por eso ― dijo sin mucha convicción mi tía Alina.

―Pero entonces fue un robo deliberado, porque él sabía muy bien que no se iba a casar ni con Corinne ni con ninguna otra mujer ―intervino Edith molesta.

―¡Claro, era un tremendo mujeriego, no lo llamaban “padre de la patria” por gusto, él ha poblado gran parte de su isla ….― reímos todas cuando Elizabeth lo dijo.

―Además Buenaventura era un típico caso de “Hijito de mamá” él adoraba a Camateta.

―¿Quién es Camateta? ―intervine sorprendida.

―Así le decían a Teresa Méndez, la madre de Buenaventura, era un apodo cariñoso, ―explicó Alina.

―¿Te imaginas? Un país tan racista ¡tuvo cinco o seis veces de presidente a un mulato y de primera dama a una negra mestiza! ―dijo Elizabeth.

―La Tante Marie me contó que el pueblo odiaba a Camateta como no tienes idea, los pobres porque – habiendo sido esclava – ahora era rica y altanera, demasiado orgullosa, hacía que su hijo dictara leyes que la beneficiaban y después, cuando le convenía, las quebrantaba sin el menor rubor, era prepotente, soberbia, y nunca pedía disculpas ―comentó mi tía Alina mientras acomodaba sus cartas. ―Y los ricos la detestaban porque Buenaventura les imponía su presencia en los Te Deums, en las embajadas, en los actos oficiales más importantes, y hacía que los embajadores y hasta los representantes del Vaticano, se inclinaran ante ella y le besaran la mano, rindiéndole honores ―completó mi tía Alina y luego nos lanzó, feliz, el grito de:

―¡Golpeo! Me vino de mano, ¡miren este juego!

Mientras todas sumábamos nuestros puntajes mi tía completó la historia y nos dijo que cuando murió Camateta, Buenaventura quedó desolado y se encerró en su hacienda varias semanas… ―No quería que lo vieran en pleno padecimiento. Adoraba a su madre que lo crió sin ponerle límites ni atajos. Ella decía que su hijo mayor era un hombre predestinado a grandes logros, que nadie debía contradecirlo, que no había nadie en el mundo que se le igualara y que la suya era una cabeza sagrada, ¡nacida para ser coronada! Como era tan hermosa y le había dado un hijo a Pablo Altagracia, que se creía infértil, la Camateta lo tenía completamente dominado. El padre de Buenaventura jamás se atrevió a corregirlo o a disciplinarlo, le tenía miedo a Camateta.

―O sea que había entre madre e hijo lo que hoy se llama “dependencia neurótica” y la Camateta crió un monstruo ―dije espantada.

―No necesariamente, el hijo llegó a ser presidente, y lo fue no una, sino varias veces, así que el pueblo debe haberlo apreciado, si no no lo hubiera elegido.

―En esos primeros años de la independencia, ―dijo Elizabeth que estudiaba historia en La Católica ―el pueblo no votaba. Los que votaban tenían que tener un mínimo de propiedades, dinero, tierras y esclavos, ese fue el legado de los caudillos que nos “liberaron” del coloniaje.

―Eso no lo sabía, ―dijo sorprendida Edith.

―Y eran varias las potencias que respaldaban a los distintos caudillos para que, en vez de convertirse en repúblicas independientes, fueran “Protectorados”, los más interesados en esto eran los franceses y propiciaron muchas guerras civiles y luchas internas para debilitar al pueblo―añadió Elizabeth.

―Claro, Santo Domingo ocupa la mitad de la isla, la otra mitad era colonia francesa: Haití. ―recordé lo que había leído en las fotocopias que me prestó mi tío Juan Nolberto, primo de mi madre y muy interesado en la historia familiar.

―Bueno, las guerras internas se debieron a que algunos líderes políticos eran paladines de España, otros querían ser una estrella más de la bandera norteamericana … así es la política ―explicó filosóficamente mi tía Alina.

―¡Menuda sarta de entreguistas! ―dije con asco ―¿Y cuál fue el papel que jugaron las joyas de Corinne en todo esto?

―Lo que sucedió fue que Corinne tampoco era una mansa paloma. Ella no había aceptado a ninguno de sus pretendientes, escogidos meticulosamente por la familia, porque no “daban la talla” según ella ―comentó mi tía Alina mientras barajaba las cartas. ―El padre de Corinne, Eugenio Dupont, era el agente francés encargado de captar a un caudillo que tuviera el carisma, la fortuna y el valor de enarbolar la propuesta del protectorado francés en Santo Domingo. Eugenio cumplió muy bien con su tarea, indagó, averiguó, consiguió los contactos útiles para sus fines, y así conoció al rico hacendado Pablo Altagracia Báez cuando llevaba del brazo a la majestuosa Camateta, a dar la vuelta dominical en el parque de la municipalidad. Vio que iba con ellos el joven Buenaventura y como era un buen sicólogo, Dupont supo de inmediato que apostar por Buenaventura era apostar a ganador. Se hizo amigo de la familia, soltando una lluvia de elegantes alabanzas a Camateta porque intuyó, acertadamente, que en esa familia la que mandaba era ella. Cultivó esa amistad con sumo cuidado y finalmente invitó al joven Buenaventura para que fuera a Francia a completar su educación, quedándose en casa de Dupont como huésped y allí le presentó a su única hija: Corinne…―

―y Corinne se prendó del mulato― completó Edith.

―¡Claro! Era un joven guapo, de buen porte, no era negro, era mulato claro, porque Camateta venía de la Isla de las Mujeres Bellas donde todas eran negras jóvencitas, seleccionadas por su belleza y los portugueses, que fueron pioneros en el tráfico de esclavos, les traían marineros nórdicos para engendrar proles mestizas. El resultado eran criaturas preciosas, con una mezcla que fusionaba lo mejor de las dos razas: negras extraordinariamente bellas, con cuerpos esculturales, grandes ojos verdes o azules, y cabellera lacia o de tonos rojizos o castaños. Dicen que los emisarios de los sultanes y jeques que iban a comprarlas, no regateaban ni un centavo por ellas.

―y por los mestizos hombres igual, porque eran unos depravados esos jeques … ―añadió Edith.

―Según Tante Marie, por una beldad de la Isla de las Mujeres Bellas pagaban lo que en América cobraban los traficantes por el cargamento de dos barcos llenos de esclavos destinados a las plantaciones. ―Elizabeth acotó.

―Perdón, pero no entiendo, si Camateta era una de esas mujeres bellas que valían tanto, ¿qué hacía en Santo Domingo? ¿No debería haber estado en un harén? ―pregunté.

―Ella viajaba en un barco en el Mediterráneo, rumbo al palacio del sultán que la había comprado, pero el barco fue asaltado por piratas moros y luego de las transacciones del caso, en una de las islas del Caribe, la vendieron a un barco holandés que después remató su carga y Camateta terminó siendo subastada, como una esclava más, a un español que tenía una hacienda en la parte sur de la isla en Santo Domingo.

―¡Qué tal historia tía! O sea que mi tatarabisabuela fue una de las bellas mujeres de la Isla de las Mujeres Bellas!

***

Ischia 1999

Cuando mi hija volvió del mar se llevó una sorpresa pues la playa que habíamos encontrado casi desierta se había poblado densamente con numerosas familias.

Los bañistas venían a la playa vestidos con singular elegancia y con sus anteojos de sol. Las señoras iban maquilladas, protegidas del sol con preciosos sombreros decorados con pañuelos que hacían juego con sus salidas de baño. En grandes carteras de lona llevaban sus toallas y se hacían conducir por el argentino que nos alquiló la sombrilla y las sillas tumbonas.

El “playero” (no le gustaba que le dijeran “acomodador”) era rubio, su piel estaba tan quemada por el sol que parecía cobriza, y estaba durmiendo cuando llegamos nosotras, a eso de las diez y media. Lo despertamos y cuando nos oyó hablar en español nos preguntó si éramos mexicanas. Le respondimos que éramos peruanas y nos comentó que Ischia era bonito, no tan caro como otros sitios, pero que el laburo era muy fuerte. El pasaba seis meses laburando duro en Ischia y después, en Argentina, vivía del dinero italiano que había ganado y se dedicaba a descansar y a recuperar fuerzas para el siguiente verano europeo.

Ambas contuvimos la risa para no ofenderlo. Tenía el “laburo” ideal, estar todos los días de verano en la playa más linda de la isla y por solo plantar una sombrilla entre tumbonas recibía sueldo, alojamiento y propinas, nadie lo supervisaba ¡y encima se quejaba!

El calor se acentuó y nos fuimos al mar. En el camino, sorteando tumbonas, oíamos a los italianos saludarse efusivamente de una sombrilla a otra:

―¡Ciao bella, bellissssssima!

―¡Lei siete belle! Bellissssime care!

―las bellas son ustedes) ― me traducía Yoli y yo estaba encantada con esa cultura de afecto y de belleza. Porque la estética es uno de los pendones culturales de ese cálido país. Los quioscos del mercado parecen boutiques o joyerías, el licor típico del sur, el Limoncello, viene envasado en unos singulares frascos que tienen forma de un racimo de uvas, de una luna con una estrella por sombrero, de tubo formado por varios ochos encadenados, en fin, todo es bello y está combinado con muy buen gusto.

―Por eso son felices mami, se refuerzan mutuamente la autoestima todo el tiempo.

―En cambio nosotros rara vez alabamos a las personas pero sí que somos rápidos para desenvainar las críticas y lo hacemos con tanta facilidad…―dije con tristeza.

―Es verdad mamá, aceptamos lo de “la humillada cerviz y la indolencia de esclavo” desde niños, lo digerimos para siempre, junto con el himno nacional y lógicamente, el racismo nos parece natural.

―Si las miras bien, esas señoras no son lo que una describiría como una “belleza” pero se adornan y se visten con tanto gusto …

―son “Stilosas”, (elegantes, con estilo propio) no sólo en la forma como se visten, sino cómo caminan, el porte que tienen.

―Claro, todo el mundo les dice que son hermosas, y ellas se sienten hermosas, son hermosas, y caminan como mujeres hermosas.

―Bueno, aunque tampoco hay que exagerar, yo creo que ese énfasis en la estética también las ayuda a tener dignidad. No se dejan pisotear sus derechos por los políticos, protestan, exigen, todo eso viene de una sana autoestima ―reflexionó Yolita.

―Y también del orgullo que tienen por su historia, ellos descienden del que, en su día fue, el gran imperio romano.

―Y nosotros del gran Imperio de los Incas pero de auto-estima nacional: ¡Cero!

Sonreí, mi hija tenía razón.

―Mami, la estética puede ser importante pero hay otras cosas que lo son mucho más, como la ética y eso no se difunde, no se promueve, no se inculca ni se educa a la gente para que la exija.

―Sin embargo la estética, que es lo formal, lo externo, es lo que atrae a la gente, las artes, especialmente las artes plásticas están orientadas a satisfacer el anhelo estético. Pero tengo un dato curioso e interesante. Lo leí en el libro Azteca, de Gary Jennings. El Escriba, que es el personaje principal narra, para beneficio de la corte española, sus experiencias y viajes por todo el territorio azteca, describiendo cómo era antes que llegaran los europeos y cuando él era funcionario de la corte de Moctezuma. Dicho sea de paso, es una obra cuya primera lectura me cautivó, tiene capítulos tremendamente dramáticos, hay otros que te hacen cómplice de graciosas travesuras, otras que te sobrecogen por lo terrible y dantesco de los sacrificios humanos, pero hay un capítulo que me impresionó mucho y se relaciona con el tema que hoy nos ocupa: la belleza. El funcionario viaja a la provincia de Tecuantépec donde todos los pobladores son hermosos, en especial las mujeres. Son de una belleza exquisita y no existen personas con defectos físicos de ningún tipo, es más, ―al igual que los espartanos― arrojaban a un abismo a los recién nacidos que no fueran perfectos. Tal era su obsesión con la belleza que el día que les aparecía la primera arruga o la primera cana, ¡se suicidaban!

―¡No! no puede ser ―dijo espantada mi hija.

―Bueno, eso lo describe Jennings y a mí me vino a la mente un cortometraje que, espero no equivocarme, fue descrito en el libro Un Oficio del Siglo XX por el autor cubano Guillermo Cabrera Infante1 y que se refería a María Félix. En el film comentado, relataban que en su pueblo todas las mujeres eran preciosas, todas eran tan bellas como María Félix pero, y esto el reportero lo soltó como al descuido, no había visto ningún anciano, hombre ni mujer. ¿Será que han mantenido ese ideal?

―¡Un pueblo únicamente habitado por mujeres bellas! Mami a mí me parece una locura.

―Pero si pensamos en Hitler y su raza aria y perfecta también se trata de un fenómeno rayano con la locura.

―Que muchos aceptaron con fanatismo…

―Porque la estética no hay que reflexionarla y nos produce placer, no nos impone obligaciones. En cambio la ética …

Nos hizo callar el magnífico sol de Ischia, la isla de la gente bella, con sus dulces besos al mar, llenando el cielo de tonos pastel que en Lima rara vez vemos. Sin darnos cuenta, lanzamos un suspiro al unísono pero el rugido de nuestros estómagos rompió la magia del momento.

El hambre nos obligó a volver al departamento que habíamos alquilado, y tomamos el bus. La isla tiene también un volcán dormido, dormido como nuestras conciencias éticas, cavilé.

Para ir de nuestro barrio con rumbo a varias playas, el bus serpenteaba por una carretera angosta y, aunque el paisaje era cada vez más impresionante, las curvas no eran muy amplias y eso nos ponía algo nerviosas.

Afortunadamente en la isla, los italianos no tienen Cherokees. Sus Fiat y sus motos son los vehículos más adecuados para estos caminos y también para encontrar estacionamiento en las ciudades.

Nuestro programa para las vacaciones era: dormir sin despertador, desayunar frutas y fiambres en abundancia, bañarnos y prepararnos sin prisas, para ir a la playa, elegida la noche anterior entre el surtido menú descrito en nuestra guía de viajes; leer, dormir, nadar, tomar sol, comer rico, pasear, leer y dormir. Algunas noches asistíamos a los eventos culturales gratuitos: conciertos de música clásica y de música contemporánea, exhibición de pinturas, mimos. Otras veces paseábamos por el malecón para aprovechar la brisa y dormir frescas y felices.

Una tarde, mientras esperábamos el bus para ir a la casi-isla de Santangelo, la vimos.

Iba por el malecón con el paso firme y soberbio de un acorazado que surca los mares, seguro de su omnipotencia. Era una mujer mayor, le calculamos unos 70 años, su cabellera era rubia y abundante, vestía un traje escotado cuya falda acampanada no llegaba a cubrirle las rodillas. Tenía un busto exagerado que se ofrecía a los mirones con indiferencia. Sus piernas eran delgadas, pero bien contorneadas y calzaba unos inverosímiles zapatos de taco como los que usa la muñeca Barbie, de tacón muy alto y sin talón, con una delgada tirita entre el empeine y los dedos del pie, pero los manejaba con una soltura admirable. Iba maquillada, con los labios rosados que combinaban a la perfección con las flores del traje y con su calzado. Tenía una cartera tipo sobre, sin asas y no miraba a nadie. Surcaba el malecón, que era el marco perfecto para esa mujer, como si efectivamente le perteneciera.

Inesperadamente una motocicleta pasó veloz a su lado, frenó y luego retrocedió. El conductor era un joven que no llegaba a los 30 años de edad, muy alto, guapo, con bermudas color caqui y una camiseta blanca. Llevaba el obligatorio casco y lentes de sol.

Se quitó el casco y saludándola con una reverencia medieval, le lanzó un:

―¡Ma quanto sei bella! ¡Bellissssima! (¡Pero qué hermosa estás! ¡Estás bellísima en italiano)

Y la rubia giró apenas su imponente busto, lo miró de arriba a abajo con detenimiento y se dignó responderle:

	―¡E tu non sei niente brutto! (y tú no estás nada mal)― y recuperó su paso marcial, 
marcando su paso por su malecón con el ratificado convencimiento de que ella era una de 
las mujeres más bellas de la isla de Ischia.

***

Santo Domingo, marzo de 2004

En 2004 hice realidad un sueño largamente acariciado por mi madre: Conocer la tierra de su célebre bisabuelo, Buenaventura Báez. Mi padre sufría agudos dolores en la columna y no nos pudo acompañar, de manera que las tres Yolandas fuimos en busca de nuestro pasado.

Puse un aviso en El LISTÍN DIARIO, el más leído en ese país indicando que, como antropóloga, iba en pos de mi raíces, que era descendiente de Buenaventura Báez, y que viajaba con mi madre y mi hija porque nos encantaría conocer a nuestros familiares.

Recibimos la respuesta a través de un médico muy gentil y conocimos a LAS BÁEZ de Santo Domingo quienes nos atendieron maravillosamente y nos mostraron la casa de nuestro antepasado, que hoy es un museo, así como los lugares más bellos de la capital.

Mientras las otras dos Yolandas paseaban en tan buena compañía, yo sitié a la encargada de orientar a los lectores en la Biblioteca Nacional de Santo Domingo, y entablé una casual conversación con un investigador español. Al hablar del objetivo de nuestros respectivos estudios, le comenté el tema de las esclavas africanas y su llegada a las Américas. Curiosamente también era uno de sus temas favoritos. él estaba convencido de que sí existió la Isla de las Mujeres Bellas y me aseguró que se trata de Goreé, un isla de Senegal, que se hizo conocida cuando la UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad.

  Yolanda Sala Báez

1Un oficio del siglo XX Editorial Alfaguara publicación: 1973


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Para comer pescado

Para comer pescado …

Estaba en Atenas, cuna de la democracia y de los filósofos. En su mente Natividad había implantado la gran capital griega- presidida por la Acrópolis, reflejo del Olimpo – al pie de una montaña al menos tan elevada como las de Ticlio.
Ver la colina menuda con sus columnas de proporciones modestas la decepcionó.
– Ha sido tan efectivo el imaginario impuesto por los minúsculos reinos imperiales europeos que aún hoy nos inclinamos ante su supuesta superioridad – terminó de leer el artículo sociológico y lo guardó junto con su cámara al fondo de la mochila.
Realizó su recorrido peripatético por la ciudad, que olía a cordero con laurel, ajo, cebolla y miel. Por la noche se entrenzó con griegos y turistas en la alegre colina que lleva al Partenón donde pequeños locales, iluminados con farolitos, salpicaban en cada escalón distintos acordes ingenuos y festivos, danzados solo por hombres y ella los atisbaba esperando encontrarse con Zorba en algún círculo de bailarines. Las callecitas angostas, las plazas amplias, los buses cómodos, todo estaba muy limpio.
Sí, le gustaba Atenas.
El paseo de dos días le reveló que Atenas tenía además dos grandes atractivos.
El primero: que era una ciudad viva. Y joven. Y contestataria.
Sprays de tonos indignados habían tatuado graffitis en todos los bancos y cajeros automáticos.
Mayúsculos textos vestían de rojo las venerables columnas de la universidad y las fachadas de los edificios públicos, acusados seguramente de albergar a los cómplices de los únicos nombres escritos en inglés: Wall Street y WorldBank.
Las sirenas policiales aullaban, gritos enérgicos de muchachos con pasamontañas o mascarillas las repelían, piedras lanzadas con hondas repicaban en cascos, los policías huían. Los chicos bailaban.
El segundo atractivo que la deslumbró fue la apostura de los griegos.
-¡No hay griegos feos!- Enunció a modo de axioma, poniéndose la mano en el pecho y decidida a no seguir abriendo la boca con admiración cada vez que viera un hombre guapo.
El rugido de sus tripas le recordó que era hora de almorzar y entró en la primera fondita que no olía a cordero. Olía a pescado y pidió, por precaución, el que costaba más.
Estaba demasiado aderezado pero tenía hambres atrasadas y dejó vacío el plato.
Bebió un café pastoso y tibio, visitó un museo y regresó a su hotel.
Al despertar no pudo abrir los ojos.
Los párpados los sentía como si fueran dos orzuelos ballenezcos. Toda ella se sentía como un pez globo.
Salió tanteando las paredes y casi a ciegas cruzó la pista para ir a la farmacia.
Allí el boticario (otro churro según pudo percibir por el hilo de luz que le dejaba el sacha-orzuelo) le habló en griego.
Podía haberle hablado en arameo o en chino porque ella no entendió nada.
Nati le preguntó con su mejor acento de Oxford si él hablaba inglés y el churro le respondió en francés que algo entendía del idioma “de la France”. Así que Nati hurgó las tenues memorias de su infancia en el colegio de monjas francesas de Lima y trató de explicarle al greco Brad Pitt que tal vez ella estaba así por una reacción alérgica producida por comer pescados extraños (- No vaya a pensar que las peruanas somos así de monstruosas – se dijo).
Enfatizó la palabra poisson (pescado) porque lo poco que nunca olvidó del francés fue que poison, con una sola ese, significaba veneno.
Repitió la explicación en varias frases apelando a sus débiles recuerdos de la odiada gramática francesa. Además usó ese tonito soberbio e hipermodulado que se usa para disimular la ignorancia cuando no se habla bien otro idioma, o cuando uno se siente incómodo hablando con sorditos o lelitos.
Brad Pitt, que había mirado estupefacto los esfuerzos de la pez globo por pronunciar las “egges”, le respondió con el mismo tonito condescendiente y apeló a los gestos para decirle que para el pescado (y su forma de pronunciar poisson era una invitación al beso) lo mejor era que tomara el líquido marrón que había en ese frasco, y que bebiera no una, sino dos cucharadas antes de las comidas.
Obediente, Nati regresó al hotel y tomó dos enormes sorbos de la pócima, con su yapita por si acaso.
El resultado fue vergonzoso. Los mozos del restaurante del hotel, reforzados por el maître, le prohibieron hacer la enésima visita al buffet que ella solita había devorado, sin mencionar las cuatro canastas de pan que comió apurada, cuanto más comía más hambre sentía.
La ambulancia retiró a Nati del hotel en horas de la madrugada. El cónsul que la visitó en el hospital esclareció los hechos, reproduciendo las conversaciones minuciosamente, así Nati pudo comprender lo que había sucedido.
En vez de explicarle a Brad Pitt que su probable alergia era “por comer pescado” ella le había dicho insistentemente en francés que necesitaba algo “para comer pescado” y Brad le prescribió su jarabe más potente para abrir el apetito.
Estuvo tan grave que acabaron por evacuarla en otra ambulancia al aeropuerto. La ventana de atrás estaba decorada con sprays indignados: el logotipo de McDonald’s iba unido a una calavera con dos tibias cruzadas.
– ¡Y eso que no comí hamburguesa! Dijo sonriente. – ¡Hasta la vista, Brad Pit! ¡I’ll be back!”

Yolanda Sala Báez Noviembre 2013


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SOBRE EL MUNDIAL DE FÚTBOL

Saludos gente extranjera. Lamentamos interrumpir tu celebración, pero dadas las circunstancias necesitamos que comprendas el contexto real de la Copa del Mundo de fútbol que vienes a ver. Sólo queremos que estés al tanto de informaciones que el gobierno de Brasil y tu agencia de viajes muy probablemente no te dijeron.

La Copa del Mundo asignada a nuestro país por la FIFA tuvo un gasto, hasta el momento en que esta carta es escrita, de 25 mil 600 millones de reales, que vendrían a ser 11 mil 500 millones de dólares. De esta cantidad, más del 83 % proviene de las arcas públicas, dinero de los impuestos de la gente común. El salario mínimo en Brasil es de 724 reales por mes ($ 325), las entradas para los juegos pueden llegar a casi un millar de dólares, así que el trabajador brasileño paga por un evento al que no puede asistir. Según una encuesta reciente, el 75,8 % de los brasileños se han mostrado contrarios a las inversiones realizadas para esta Copa del Mundo.

Nuestro país aún tiene 3,7 millones de niños y adolescentes fuera de la educación formal y un índice de casi 10 % de analfabetismo según la UNESCO. Cómo si tales deficiencias educativas no fuesen suficientes, el gobierno impuso suspensión de actividades escolares durante el Mundial. Vivimos en un país donde más de 242 mil familias no tienen electricidad, por no hablar de la salud pública que aún está lejos de ser aceptable, a pesar de lo cual el ídolo del fútbol Ronaldinho publicamente se atreve a decir que «Con hospitales no se hace la Copa del Mundo».

Hoy vivimos una situación económica muy difícil, donde la población soporta una de las cargas de impuestos más altas del mundo; sin embargo, casi el 50% de nuestro PIB está siendo utilizado para pagar una deuda pública absurda mientras el pueblo pasa hambre, o sea, casi la mitad de la riqueza que producimos se va directamente a los bolsillos de unos pocos banqueros; además, también se pierde una gran cantidad por la corrupción y la mala gestión de los fondos públicos.

El gasto excesivo en la Copa del Mundo es solo la punta de este iceberg. En nombre de la Copa, se violaron muchos derechos civiles, un hecho para nada inusual en un país en el que tenemos una policía altamente militarizada, que ya incluso ha sido criticada por organismos internacionales tales como Amnistía Internacional y la propia ONU, la cual hizo una recomendación para suprimir la PM (policía militar brasileña). Las comunidades cercanas a los estadios padecerán un cerco policial ostensivo y truculento, incluyendo la presencia del ejército, no para garantizar la seguridad de quienes allí habitan, sino la de ustedes, los turistas, como ya es el caso en el Complexo da Maré [en Rio de Janeiro], que hace semanas está ocupado por el ejército, la marina y la PM, con más de 2500 hombres. El derecho a la vivienda tampoco quedó fuera de la mira del gobierno y de la FIFA, miles de familias han sido desplazadas debido al evento, incluyendo a las familias indígenas de Aldeia Maracanã [tambien en RJ], que a pesar de la resistencia, fueron desalojados violentamente.

En el régimen «democrático» en el que vivimos, tampoco es novedad para nosotros padecer esta injerencia militar, lo que ya ha ocurrido con el ejército como fuerza represiva que ocupa el lugar de construcción de una central hidroeléctrica en el corazón de la Amazonia (Belo Monte), para evitar la protesta de los pueblos originarios y las comunidades locales afectadas por la represa. Por otra parte, a causa de la presión para construir los estadios a tiempo para la Copa Mundial, más de una docena de trabajadores murieron en las obras de construcción.

Aparte de todos estos problemas, la prostitución infantil en el país sigue siendo una realidad que afecta a cerca de 500.000 menores de edad de acuerdo con el Foro Nacional para la Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil. Este escenario será potencialmente agravado por la celebración de la Copa.

Muchos de nosotros estamos indignados y hemos tomado las calles en protesta, pero el gobierno -respaldado por los grandes medios de difusión- trata de ocultar y disimular todo lo aquí denunciado, a la vez que criminaliza las manifestaciones y nos reprime con su aparato militar, con saldo de violaciones de los derechos humanos denunciadas por ONG’s y organismos internacionales.

El Estado y las burocracias partidistas que lo gestionan no atienden y nunca atenderán como es debido a las demandas populares. Si necesitamos de asistencia sanitaria, educación, vivienda, trabajo tendremos que lograrlo a través de nuestra unidad y lucha.

Recibe esta carta como una solicitud de apoyo. Comparte esta información con la mayor cantidad de gente posible, ayudándonos a mostrar al mundo una realidad que el gobierno, la FIFA y los patrocinadores de la Copa a toda costa tratan de ocultar.

Colectivos y personas anarquistas de Brasil
Original en portugués en http://i-f-a.org/index.php/es/; traducido por la redacción de El Libertario
Fuente: http://periodicoellibertario.blogspot.com.es/2014/06/carta-abierta-anarquista-quienes-viajan.html

 

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De Amberes a Holanda por los Canales

De Amberes a Holanda por los canales

 Varias ciudades europeas son surcadas por canales: Venecia, Brujas, Ámsterdam, Estocolmo. En algunas el tránsito en góndolas o paquebotes es tan popular como el tranvía, el metro o el bus.

A pesar de su pequeño tamaño Bélgica tiene más de dos mil kilómetros de canales de los cuales más de mil quinientos son navegables y se conectan con Rótterdam y el Río Rin. Sus aguas barrosas son surcadas por grandes lanchones que llevan minerales en polvo y autos entre otros tipos de carga. En cubierta viaja además el elegante automóvil del capitán.

Ayer hicimos un recorrido por el Escalda que se une a estos canales, yendo desde Temse  -en Flandes-  hasta Holanda, con una parada en Amberes donde visitamos algunos monumentos y regresamos a Temse al atardecer.

Los canales parecen el símbolo de la cultura flamenca que rehuye la confrontación apasionada y es experta en compromisos negociados. Una orilla está sembrada de árboles, de vez en cuando un campanario anuncia el inminente pueblito de pescadores o la aldea donde nació el cartógrafo Mercator. Nos sorprende un pequeño pabellón de caza situado entre un bosque que ya empieza a vestir su manto otoñal y un malecón adornado con atriles donde se citan poemas famosos que aluden a esta región. Aquí se filmó una mini-serie, Stille waters (aguas mansas o aguas tranquilas) sobre una mujer que une las orillas del río Escalda con su lanchón. Como no veo televisión no puedo comentar la serie, pero mi esposo la siguió con entusiasmo porque tiene como marco nuestra zona de paseo favorita.

Aunque la superficie siempre parece tranquila y apacible, el Escalda tiene corrientes muy fuertes y exige a las barcazas una serie de maniobras aparentemente perezosas. De manera que también en Flandes ‘del agua mansa líbreme Dios…’

Frente a estos paisajes bucólicos están los astilleros que llegaron a emplear a 1500 trabajadores y que hoy, canibalizados por la globalización, sólo conservan una minúscula unidad dedicada a la trágica tarea de convertir en chatarra las embarcaciones que antaño fabricara con orgullo.

Mi marido participó activamente en las dos combativas huelgas, cada una de las cuales duró seis meses, en 1991 y en 1994. A pesar de la lucha no se pudo impedir el cierre ordenado por la Unión Europea, pero el personal se retiró con jubilación anticipada y buena indemnización o fue reubicado en otras plantas. Algunos de los que trabajaron en el astillero en esa época son hoy maestros en un proyecto que genera empleo para jóvenes de difícil inserción laboral (expresidiarios, personas con dificultades, etc.) y reconstruyen embarcaciones a vela que luego son operadas por la organización para realizar cruceros y travesías en la costa, al servicio de empresas, turistas, etc.

Media hora después, la gran torre gótica de Amberes nos anuncia la ciudad, que parece de juguete, hecha con bloques pequeños y escalonados, ventanitas angostas, torres como agujas blancas, espacios comprimidos, estatuas de bronce, callejuelas estrechas. Muy distinta a Estocolmo construida por los gigantes vikingos con canales bordeados por enormes edificios, imponentes monumentos, palacios y museos como el del Oro de los Vikingos donde un letrero se atreve a indicar que el oro de los vikingos fue el producto de sus ‘habilidades comerciales’ (¡hay que tener coraje o mucho dominio del lenguaje subliminal!…).

Recorrimos algunas callejas medievales de Amberes con decenas de restaurantes italianos, tiendas de deliciosos chocolates (donde un cartel anuncia el peligro de la chocoladicción), primorosas bodeguitas de encajes y tapices flamencos, bares acogedores con centenares de tipos de Ginebra y una clientela habitual que tertulia entre nubes de tabaco; también abundan restaurantes con terrazas al aire libre donde uno no sabe qué elegir, pues los flamencos tienen una tradición epicúrea hecha carne en las rollizas modelos de Rubens y detallada en las fiestas pantagruélicas de Brueghel.

Mención aparte merecen los nombres de cientos de Cervezas fabricadas en monasterios: Diablo, Delirium tremens, Delirium ultimum, Pilsen Eureka, Agnus Dei, Alsaciana Frívola de Primavera y sin Calzón, la triple del Valle de Dios (traducción literal) la de la Abadía de la Buena Esperanza, la Amigable de los Jubilados, Polvo de Angeles, Aparta, Apóstol, Archibuena, Arafat, Ardor, Arsenal, Subgerente, Atómica, Otoño Fantasma, Baco, Bach, Banana Tropical, Barricada, etc. (tema que merece artículo aparte).

Una guía nos explica que la torre de madera de la primera Bolsa europea no sólo servía para avistar la llegada de los barcos cargados de mercancías: más de una rubicunda y fogosa flamenca subía a la torre para cerciorarse de la partida del marido en una larga travesía y avisarle al amante que no había flamencos en la costa.

La presencia de esculturas católicas en la mayoría de edificios servía primero para evitar el pago de impuestos a los fanáticos españoles y en la época de la ‘santa’ inquisición para alejar a sus celosos investigadores. Gracias al ejército de defensores de la compasiva fe católica, la población de Amberes se redujo de 100 mil a 40 mil habitantes. Los ricos huyeron, los pobres literalmente se hicieron humo.

La guía nos recordaba ese genocidio haciendo un paralelo minimizante con Zaire (Congo, el país del que se apropió Leopoldo II de Bélgica como su coto privado). Lo que no dijo fue que Leopoldo fue responsable de la muerte de 8 millones de congoleses, no de 60 mil (cifra reciente que a los peruanos nos resulta muy cercana). Para quienes encuentren interesante el tema de las casas reales europeas va este dato: Leopoldo era primo de la reina Victoria de Inglaterra, otra adicta a los botines, y hermano de la Emperatriz Carlota de México que murió loca. El rey Balduino, gran favorito de los católicos, fue hijo de Leopoldo III, sucesor y heredero del asesino del Congo. Murió en olor de santidad y pretenden canonizarlo, pese a estar directamente involucrado en el asesinato de Patricio Lumumba quien osó amenazarlo con la nacionalización de sus minas de cobre.

Nos alejamos de la rica ciudad de Amberes donde se quedó un buen porcentaje del oro de las Indias que nos causó tanta desdicha y que los españoles ni siquiera supieron aprovechar. Dejamos atrás sus callejas empedradas, surcadas por carros para turistas, jalados por los famosos percherones flamencos: sólidos y majestuosos; las tiendas de modas discutibles, las dinámicas calles comerciales animadas por jóvenes mimos, violinistas rumanos y ecuatorianos que tocan El Cóndor Pasa vestidos de pieles rojas. Abordamos el barco con rumbo a Holanda y pasamos largo rato navegando paralelamente al puerto.

El puerto de Amberes está equipado con maquinarias de última generación y es prácticamente un puerto de containers. Una ciudad de baúles recorrida por vehículos montacargas unipersonales que avanzan a gran velocidad lanzando un silbato repetitivo. Enormes grúas pórtico cargan tres toneladas y media en un solo envión. Tiemblo al pensar que me pudieran poner a trabajar en ese panal de avispas robotizadas. Todo es metálico, veloz, implacablemente eficiente y sigue trayendo inmensas riquezas a este pequeño país que no tiene recursos naturales pero que tuvo la astucia de tomar la logística como eje de su riqueza en plena globalización.

Yendo más al norte, a Doel, empiezan a aparecer los complejos químicos. Bayer tiene terrenos que no parecen terminar nunca y mi esposo me cuenta que en Alemania tiene toda una ciudad. Estructuras modernas de todo tipo son bastiones de sofisticada tecnología y un humo sospechosamente amarillento y sutilmente fétido intenta infiltrarse en las gordas nubes de algodón que surcan el cielo azul de Flandes. Pequeñas centellas de luz, como estrellitas, iluminan las torres metálicas de energía nuclear y unos elegantes molinos de viento, reducidos – para espanto de los admiradores del Quijote – a una espigada columna blanca con aspas, proveen la energía que alimenta este territorio automatizado.

Al otro lado del río se encuentra el valeroso Bosque de Santa Ana, con sus árboles verdes y sus senderos para deportistas. Tiene la hercúlea tarea de oxigenar todos los humos que genera el parque químico industrial.

El agua del Escalda empieza a envolver con alegría los destellos de un sol blancuzco y el vaivén de sus olitas rompe el sol en chispazos que compiten con las fugaces estrellas de las torres nucleares para anunciarnos que acabó el paseo, llegamos a Temse antes que oscurezca y ahí nos sumamos a los cientos de vehículos que vienen de Bruselas con rumbo a nuestro pueblito de San Nicolás.

 

San Nicolás, Bélgica 2006

Yolanda Sala Báez

 


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Bangladesh

Dacca Kamrul RaniyAzma Dacca (2) Dacca (3) Dacca (4) Dacca (5) Dacca (6) Dacca (7) Dacca (8) Dacca (9) Dacca (10)BANGLADESH

UN PAÍS DE GENTE QUE AMA LA BELLEZA

BANGLADESH HOY

Cuando decidí ir a Bangladesh acudieron a mi memoria los relatos que leyera en mi infancia sobre la mítica Bengala, la del tigre devorador de hombres al que cazaban alhajados rajás, montados en inmensos elefantes. Que más tarde, gracias a la televisión norteamericana, también sería la Bengala de los valerosos lanceros que, aliados con los fieles y aristocráticos Sihks, luchaban aguerridos contra las bandas de rebeldes indios que incomprensiblemente se enfrentaban a los nobles británicos porque les impedían continuar con sus infames sacrificios humanos a la diosa Kali.

Pero en realidad Bangladesh es la tierra de los pantanos y humedales, surcada por ríos caprichosos y serpenteantes. Esta tierra es fértil y rica, su clima que oscila entre los 28 y los 40 grados propicia el cultivo de múltiples frutas y verduras para su población, mayormente vegetariana.

En el relato de Syed Maqsud Jamil, The Homecoming , se vislumbra la tragedia de este país rico en naturaleza y en humanidad. Esta nación está poblada por cerca de 134 millones de personas que aman la belleza y la naturaleza y que sin embargo se ven obligadas a vivir en condiciones de miseria intolerables.

Bangladesh tiene 51 millones de trabajadores de los cuales 21 millones son mujeres (ver Facts and Figures). Son gentes de facciones hermosas y elegantes, con ojos y sonrisas que iluminan la vida, que aman el arte y se precian de su hermoso idioma bengalí.

En su bello artículo cuenta Syed Maqsud Jamil algunos episodios de su infancia en una aldea del campo, donde la gente construyó sus viviendas, organizó sus vidas y compartió sus vivencias en torno a esa cultura asiática que identifica al aldeano con sus clanes y tribus en un complicado sistema de lealtades, solidaridad, reciprocidad y redistribución que resulta tan difícil de entender en el mundo occidental. Transcurría su vida en bucólica paz en esa tierra fértil hasta que súbitamente las lluvias torrenciales cambiaron el curso del río y las casas, las cuidadas chacras y los caminos pasaron a convertirse en el lecho fangoso de esas aguas marrones que rompen, atrevidas, el paisaje verde y ubérrimo que se ve desde el avión. Esa familia acomodada y agrícola se vio obligada a abandonar su historia, sus raíces y a sumarse a los millones que pueblan Dacca.

Leyéndolo y viendo Dacca me puedo imaginar su agonía. Dacca causa una extraña sensación: no sabemos si se trata de una ciudad que está en vías de construcción o en vías de destrucción, sus edificios sucios y maltratados por inclemencias tropicales son posiblemente rezagos de una época comercial algo más próspera.

Cuando nos quitamos esas anteojeras culturales que no nos permiten ver la belleza nos damos cuenta de que la gente de Bangladesh es muy hermosa, espigada, de rasgos nobles y finos; los hombres se visten con coloridas faldas y las mujeres con bellos saris. Su amor a la belleza se refleja en la forma en que las mujeres se maquillan, cómo combinan los colores de sus ropas, sus adornos personales, su gracioso andar. Los rickshaws y los camiones están pintados con mariposas, flores y personajes famosos del teatro, el cine y otras artes.

Miran a los extranjeros con intriga y con sorpresa pero en cuanto esbozas una sonrisa recibes no sólo la alegría de un gesto amigable sino un afectuoso saludo con las manos y alguna frase sencilla en inglés que intenta tender un puente entre dos mundos.

Es que Bengala a través de su historia (Ver Anexo) ha tenido dos grandes vocaciones: a) la agricultura que ni siquiera los mongoles con sus inmensos ejércitos alimentados por Bengala pudieron agotar y b) la producción de textiles, especialmente la fina muselina, que convirtiera a Dacca en importante centro comercial textil antes de la llegada de la temible East India Company. Esta compañía, lejos de quedar satisfecha con el monopolio comercial que obtuvo de los gobernantes indios y con la exoneración de impuestos aduaneros de todo tipo, se enfrentó al Nabab de Bengala, Siraj-ud-daulah, en la batalla de Plassey en 1757 y lo derrotó convirtiéndose en la primera empresa privada en gobernar abiertamente un país.

Los británicos, con su política de inundar el subcontinente con productos industriales destruyeron la industria textil de Bengala, llegando hasta el extremo de cortarles los pulgares a los tejedores de muselina; ese tejido que según se afirma era tan fino que 50 metros cabían en una caja de fósforos. La tecnología se perdió.

Visitamos fábricas modernas y talleres familiares, visitamos aldeas semirurales donde mujeres ataviadas con saris nos aguardaron durante horas para mostrarnos los manteles y otros textiles bordados a mano con singular pericia y sentido armónico. Si le sumamos a esa destreza las malas condiciones de trabajo con luz de lamparín, en un suelo de tierra y robándole horas al trabajo casero y cuidado de la familia, no hay precio que pueda pagar esas obras de arte. En un diálogo confuso no acertamos a averiguar cuánto recibían en pago, supimos que trabajaban al menos 30 horas en un mantel pequeño pero no nos quedó claro si cobraban 4 euros, 4 centavos o 40 centavos de euro por cada pieza.

Estas familias medio-viven con un ingreso mensual de 17 euros, que es lo que paga alegremente cualquier europeo por una prenda de vestir fabricada en Bangladesh.

Visitamos dos modernas fábricas en cada uno de cuyos 8 pisos destacaba con orgullo un Código de Conducta en inglés, bellamente enmarcado y correctamente redactado para satisfacer las inquietudes sociales de eventuales inspectores extranjeros. Poco importa que el 80% o más de sus trabajadores no hablen inglés o que sean analfabetos incluso en su hermoso idioma bengalí.

Nos hablaron de sus avanzadas medidas sociales como por ejemplo la guardería donde había unos 12 pequeños: 12 niños para una fábrica que tiene 2000 trabajadores, más del 70% de los cuales son mujeres jóvenes.

Caminamos unos metros fuera de una de las fábricas y nos internamos por un callejón fangoso muy angosto, a cuyos lados se erguían covachas de barro, con techo de maderas de cajones, o de palmas. Un joven delgado, como todos los bengalíes, nos sonrió y con cariño nos invitó a mirar su vivienda. Limpia en medio del barro, sólo amoblada por un catre y una pequeña fogata de leña sobre la cual se hallaba una tetera negra. En las paredes: nada, en la cama una colcha antigua. ¿Cuántos viven ahí? No lo sabemos, no nos podíamos comunicar con ellos porque en ese grupo social no hablan inglés.

A pesar de la afabilidad casi general de estas personas, había zonas de la ciudad donde sentíamos, casi tocábamos, una atmósfera hostil cuando grandes ojos negros se posaban con avidez y hasta furia en nuestras ropas, nuestras carteras y nuestros zapatos occidentales y me sentí muy mal por vivir como vivo y por tener lo que tengo.

Por la noche, camino a nuestro hotel, pasábamos por el mercado. Delante de cada kiosco había un cesto grande en el que de día ponen en exhibición sus productos y donde de noche, enroscados como gatos largos y delgados, hombres de edades indefinidas se acomodaban para dormir. Los menos afortunados se tendían en el suelo, uno junto a otro, con sus magros cuerpos color del barro, cuan largos eran, echados en el suelo, sin una manta, echados en el suelo sin una estera siquiera, rodeados de miasmas y echados en el suelo, con su semidesnudez y su pobreza, echados en el suelo como perros.

Y sin embargo seguía siendo de noche cuando ya empezaban los gritos y los movimientos en el mercado y esta gente digna empezaba nuevamente a buscarse la vida de alguna manera: cargando sacos, alquilando rickshaws que jalaban en bicicletas sobre las cuales nunca se sentaban. Iba el hombre delgado con la yugular latiéndole inmensa por el esfuerzo, llevando en su rickshaw bello y decorado con mariposas y flores, a tres hombres grandes y bien vestidos que a veces, por si fuera poco, llevaban un costal de productos que se veía pesado. Estos jinetes de bicicletas con camisas blancas y faldas de bellos colores avanzaban silenciosos en el tráfico insoportablemente ruidoso e indescriptiblemente caótico de Dacca, atorándose a veces con los miles de vehículos que se amontonan en ciertas esquinas, surcando avenidas anchas con intrepidez y obedeciendo códigos para nosotros incomprensibles, dirigidos insólitamente tan sólo por policías armados de un pequeño bastoncillo.

Daban las 10 de la noche y estos hombres seguían bregando con sus coloridos rickshaws en esa ciudad cuyo ruido amenaza con dejar sordos a sus habitantes

En una ciudad con más de 12 millones de habitantes que viven en la más grande miseria vimos en una semana no más de 5 mendigos.

En una semana sólo vimos 3 ancianos, pues en este país la vejez es un raro privilegio, y además es muy relativa.

Incluso en las modernas fábricas que visitamos se veían esos mecanismos inteligentes que propone la sabia reingeniería: bancos sin cojines y sin respaldares para que las mujeres se sientan incómodas y no dejen de trabajar. Trabajos sumamente repetitivos que un cerebro adulto no puede realizar sin fatigarse o distraerse, trabajos que requieren un esfuerzo ocular muy alto en salas con iluminación insuficiente para tal grado de esfuerzo. Supervisores que constantemente se ciernen sobre los trabajadores y les producen angustias.

A pesar de las protestas y afirmaciones de que ya no hay trabajo infantil vimos muchos rostros juveniles, adolescentes, que yo no podía dejar de comparar con el de mi propia hija a los 12 años. Sus manos pequeñas favorecen el trabajo con aguja en la confección, sus cerebros todavía resisten con disciplina el trabajo repetitivo, sus cuerpos que aún no acaban de formarse no exigen la comodidad de un respaldar en jornadas de más de 10 horas diarias. Cuando estos jóvenes entran, suponiendo que ya tengan los 14 años que la ley fija como mínimo, podrán rendir bien durante unos 6 o quizás 7 años antes que necesiten anteojos, desarrollen artritis y comiencen con los tics nerviosos para convertirse en ancianos desechables antes de los 25 años, desechables y fácilmente remplazables.

Y ellos son los afortunados, los que tienen trabajo en una fábrica, reciben un sueldo a fin de mes, usan un uniforme que protege sus ropas. Claro que para poder trabajar en esa fábrica han tenido primero que entrar como aprendices y trabajar gratuitamente 6 meses (porque tienen que aprender) y otros 6 meses con medio sueldo o sin sueldo alguno (porque cometen errores). Pero ¡Ay de la joven que salga embarazada! ¡Y pobre de aquélla que se interese en un sindicato!

Luego atravesamos el río y visitamos un barrio donde proliferan los talleres textiles informales que supuestamente producen para el mercado interno. En pequeños espacios de no más de 2 metros x 2 metros se hallaban los kioscos; en uno había una tarima de madera sobre la cual un hombre joven se inclinaba sobre una máquina de coser antigua, casi en la penumbra pues los edificios apenas se separan entre sí y el sol casi no llega. En otro minúsculo kiosco una familia muy joven compartía un plato de comida, en otro una mujer miraba al vacío mientras un bebe dormía pegado a su seno y dos hombres silenciosos se inclinaban sobre las telas que cosían. Detrás de todos ellos había anaqueles llenos de camisas o fardos de telas, o pantalones occidentales.

Subimos a una azotea donde un proyecto ha construido una guardería para los hijos de estos trabajadores y visitamos el centro médico construido por un sindicato textil con ayuda de sindicatos europeos. El médico, hábil y capaz, nos dijo que todas las enfermedades que trataba en forma gratuita eran causadas directamente por el hambre y la pobreza.

Empezó a llover cuando volvimos a Dacca y vi sorprendida a las parejas de muchachos que se abrazaban bajo el paraguas y de chicas que se tomaban con cariño de las manos. Es así su cultura: se tocan, se demuestran afecto, gustan de la cercanía entre seres humanos, son cariñosos y alegres, no temen expresar sus sentimientos, saben disfrutar de pequeñas alegrías.

Cuando nos miran lo hacen penetrantemente, no ven blancos con frecuencia (aunque yo siendo peruana no me considero blanca) y cuando nos miran puede más su sentido de hospitalidad que la sorpresa, nos piden que les tomemos fotos, si acaso se atreven a más nos piden un lapicero para la escuela, nos preguntan de dónde somos.

Regresamos por el río y vimos Dacca de lejos, una ciudad extensa, pobre y en mal estado, con edificios que han visto tiempos mejores, extraños porque sobre edificios vetustos de fachadas fangosas y maltratadas por el monzón o los temporales, se yerguen nuevos pisos de ladrillos inacabados con huecos por ventanas.

Pasamos por barriadas pobrísimas y malolientes detrás de cuyas mamparas de paja o cartón salían mujeres esqueléticas y niños panzones con ojos sin brillo, revoloteaban unos cuervos grandes y no se veían ni perros ni gatos. Sin embargo, como si fuera una burla, en el camino de tierra, que olía a miasmas de siglos, yacían enormes tubos para desagüe que tenían tantas capas de polvo sólido encima que tal vez dormían en aquel lugar desde hacía muchos años.

En nuestro recorrido por la ciudad nos señalaron edificios modernos y bellos monumentos, como crema chantillí en un pastel agusanado. El parlamento un edificio ostensiblemente caro y rodeado de un foso, evoca un castillo medieval, posiblemente muy lujoso en el interior. Siempre es igual en los países del sur: nuestros parlamentarios sólo asisten a las sesiones donde se aprueban este tipo de obras y sus regios emolumentos.

Viendo los rostros honestos, los pocos mendigos, la pobreza dramática pero incapaz de culpar a otros por sus desdichas, alguno de nuestro grupo dijo: “esto es pobreza digna” y me revolví, no existe la pobreza digna, vivir como sobreviven estas gentes es indigno e indignante porque dice mucho sobre nuestra indiferencia, sobre nuestro facilismo al enjuiciar y al presumir las causas y los culpables sin hacer nada al respecto.

Conocimos a dos jóvenes de típica belleza bengalí, promotoras sindicales y ambas activamente involucradas en el trabajo con mujeres del sector textil. Rani (que significa Reina en bengalí) es huérfana, una joven alegre, desinhibida y con una extraordinaria madurez a sus 20 años. Es capacitadora de otras jóvenes como ella y encuentra en su trabajo una enorme satisfacción. Nos presentó a su jefa, Nazma Akter, presidenta de la Bangladesh Independent Garment Workers Union Federation – BIGUF, de tan sólo 28 años. Ella empezó a trabajar a los 9 años y ahora tiene un bebe de apenas 18 días de nacido. Esta mujer con su serena belleza y una intensa dedicación por su trabajo respondió a mis preguntas: trabaja desde las 9:30 a.m. hasta las 11 p.m. 6 días por semana y muchas veces los feriados también porque los trabajadores no tienen otro día para irla a buscar, felizmente tiene el apoyo de su esposo que comprende que su trabajo es importante y necesario y siente una gran satisfacción – “somos felices” porque “lo hacemos con amor, nos quieren y reconocen nuestra labor”.

Pensé en esa gran diferencia entre nuestras culturas del sur y las del norte, pensé que en el sur no sólo sentimos con el corazón sino que también pensamos con el corazón y por eso no logramos esa fría y planificada eficiencia que les permite a los europeos pensar a largo plazo. Claro que a nosotros la tarea se nos dificulta aún más porque todos los días recibimos cachetadas morales, físicas, espirituales, por la televisión, por los diarios, en la radio………

“Tenemos muchos problemas” nos dijo Nazma con sus ojos serios y grandes “pero al menos estamos haciendo algo”.

Y viéndola luego en una mesa redonda, argumentando valientemente en pro de las trabajadoras ante las autoridades del gobierno y los representantes de los empresarios, pensé en el coraje de la mujer, en esa pasión generosa y desprendida que permite que la humanidad no pierda la brújula. Y sentí una enorme admiración porque sé lo difícil e ingrato que ese trabajo puede ser. Hay que sentir mucho amor para seguir en la brega y esa joven ve mucho más que nosotros y escucha mucho mejor que nosotros.

También pude conversar con Kamrul Alam, dirigente sindical textil nacido en 1948 en Dacca. Él empezó a trabajar en 1966 y ha sido secretario sindical durante 14 años,. Cuando empezó a trabajar las jornadas eran de sólo 8 horas diarias y el 99% de los trabajadores eran hombres.

Entre 1971 y 1975, nos cuenta, los trabajadores textiles gozaron de las mejores condiciones de trabajo, sueldos dignos, comida, asignaciones para vivienda, servicios médicos, etc. Entre 1975 y 1990 todo se deterioró, vivieron bajo gobierno militar y los trabajadores perdieron sus derechos laborales. En 1991 hubo elecciones pero los trabajadores no han recuperado los derechos que tenían en 1971. Cuando le pregunté qué opinaba sobre la globalización su respuesta fue tajante: “es un desastre, nuestras fábricas quebraron o fueron compradas para luego cerrarlas, 77 fábricas fueron nacionalizadas entre 1971 y 1975, hoy sólo quedan 12 y en ellas los trabajadores han estado trabajando hasta 9 meses sin salarios. No podemos competir contra los estándares de Hi Tech y Hi Quality”. Cuando le pregunté como veía el futuro su respuesta fue “irá de oscuro a negro” cree que “si la industria textil nacional tuviera protección tendrían una esperanza porque el trabajador bengalí es hábil”.

Kamrul Alam considera que los consumidores europeos pueden ayudar a los trabajadores de Bangladesh exigiendo que se cumplan cabalmente las normas básicas de la OIT y estando dispuestos a pagar precios justos por los productos de ese hermoso país.

Sin embargo tanta pobreza, tanta miseria engendra lógicamente violencia. Todos los días los diarios reportaban asesinatos, violaciones por grupos de “terroristas” a mujeres de aldeas aisladas. Invariablemente los asesinatos de dirigentes de los partidos opositores se atribuían a “pleitos internos de sus organizaciones políticas”. Y la violencia urbana no es menor: dos miembros del consejo municipal han sido asesinados a plena luz del día. El partido gobernante acusa de corrupción al partido gobernante anterior y viceversa, organismos de derechos humanos hablan de una probable limpieza étnica detrás de las abundantes violaciones de mujeres que viven en aldeas donde se practican religiones animistas y cultos ancestrales (ver Anexo).

En una semana es imposible intentar comprender este país tan rico en humanidad y tan complejo pero hay algo que suscita respeto: los índices de fertilidad y de analfabetismo han disminuido, esto demuestra un esfuerzo consciente de un pueblo que quiere un mundo mejor.

Cada año emigran miles de estos hombres pequeños, gráciles y esforzados para trabajar intensamente en el Golfo Pérsico y traer dinero a casa, pero siempre vuelven.

Se afanan por aprender inglés pero se ufanan de su bello idioma, son herederos de poetas como Tagore, su amor por su lengua los forjó en nación y la Unesco reconoció su lucha milenaria declarando el día del idioma nativo en homenaje a Bangladesh.

Al irme de Bangladesh sentí que en pocos días yo también había envejecido pero sabiendo que hay gente como Nazma y como Rani presiento que algo va a cambiar y les deseo mucha suerte y mucha fuerza.

Yolanda Sala Octubre del 2002

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