La Narradora

Relatos y artículos por Yolanda Sala

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Yolanda iba a nacer de pie pero lo pensó mejor y, como ya venía algo cansada de tanta reencarnación, tomó su cordón alimenticio cual boa de mil colores, se lo enroscó en la cintura; cruzó las rollizas piernas, entrelazó con fuerza sus brazuelos igualmente paquetones y con tenacidad dijo:

— ¡Apuesto a que esta vez no me sacan!

Su pobre madre mugía, trinaba, sacudía el hospital con sus aullidos pero Yolanda:

— ¡Qué no! ¡Y qué no y qué no salgo, no!

Tras tres días de agonías y agotados otros recursos (la cesárea flotaba todavía por el mundo de la ciencia a nivel de borrador) llamaron al obstetra quien llegó bamboleando sus redondeces y salpicando risas en la sala de partos. Entre sedantes bromitas, apenas percibidas por una desfalleciente parturienta, se arremangó la camisa, introdujo sin reparos su brazo, peludo y sudoroso hasta tocar la planta del pie de Yolanda y le arrancó tantas cosquillas que la bebita no tuvo más remedio que salir a este mundo frío y duro remeciéndose al compás de un chachachá.

Había sido vencida en ese duelo por la vida. Y así resultó, comodona porque había estado sentada, gorda porque la trajo al mundo un voluminoso obstetra apellidado Gordillo y medio alérgica a los brazos peludos de médicos y otros actores.

Ahora que bordea los 64, Yolanda intenta evocar para esta presentación todo lo que ha recorrido y reconoce que es exagerado. Baste decir que su amor por la historia y la curiosidad por sus orígenes la llevaron a conocer personalmente a sus familiares italianos en Pessano con Bornago, a otros descendientes del caudillo Buenaventura Báez en Santo Domingo y a reunir testimonios, leyendas y descripciones que espera les agraden.

Como es educada, sucinta y no los quiere aburrir, tan sólo les anticipa que es muy curiosa (por eso estudió Antropología), anda en busca de la verdad (por eso no ve televisión), vive enamorada de los animales y de las palabras (hubiera sido etóloga y lee desde los tres años) y le resulta más llevadero desplazarse entre las nubes (como el piloto que siempre quiso ser) que trajinar por los caminos del stress.

Opina que le ha tocado vivir una era de cambios tremendos, desde su nacimiento en 1950 y considera que vale la pena ofrecer también un vistazo a las historias pequeñas, esas que no ameritan compartir sus apellidos con estatuas ni calles pero que son las que realmente hacen la historia de sus pueblos, discreta y honradamente.

Desde Lima, Perú esta aspirante a escritora de relatos les brinda un abrazo literario, un maternal beso porque es muy latina y muy peruana, y les estrecha una mano ligeramente temblorosa porque, además de ser tímida, lleva una clandestina relación de terco encono con un señor extranjero del cual tal vez les hable un día mientras pugna fieramente por no perder su identidad, su ternura y su alegría.

Miraflores, 13 de marzo 2014

 

Yolanda Sala Báez

 

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